Opinión: Pedro Pesatti

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Por Pedro Pesatti*

Si uno pregunta por hechos históricos clave en la defensa de la soberanía argentina, la mayoría mencionará la Vuelta de Obligado en 1845 o la guerra de Malvinas en 1982. Sin embargo, pocos conocen que, mucho antes, en la remota Patagonia, se forjó una victoria que definiría el destino de una región y marcaría un hito en la lucha por la integridad territorial del país: el Combate del 7 de marzo de 1827.

Esta epopeya, protagonizada por un puñado de milicianos, corsarios y vecinos armados, tuvo lugar en un contexto complejo: la guerra con el Imperio del Brasil, que se disputaba la soberanía sobre la Banda Oriental y que veía en el estratégico enclave de Patagones un objetivo clave. Contra todo pronóstico, la voluntad y el coraje de los pobladores lograron lo impensable: derrotar a una poderosa escuadra, al mando de un oficial de origen inglés, James Shepherd, y frustrar los planes del Emperador Pedro I.

El contexto de la guerra y el interés brasileño en el río Negro

Para entender cómo y por qué llegó una flota brasileña a la Patagonia, hay que remontarse a los años previos. Desde la Revolución de Mayo, Buenos Aires y la Banda Oriental mantuvieron una relación conflictiva. José Artigas, líder del federalismo, enfrentó tanto a los unitarios porteños como a los portugueses, que veían en el actual territorio uruguayo una oportunidad de utilizarlo sin respetar su autonomía.

Los intereses económicos de la élite porteña se vieron amenazados cuando los portugueses, y luego los brasileños, comenzaron a controlar la Banda Oriental y su producción de tasajo, un alimento fundamental para la economía rioplatense. La guerra, como tantas veces en la historia, tenía detrás razones económicas disfrazadas de grandes discursos patrióticos.

En 1825, con el apoyo de Buenos Aires, los valientes Treinta y Tres Orientales iniciaron la guerra de liberación contra el Brasil, y en 1826 el Congreso de las Provincias Unidas declaró la reincorporación de la Banda Oriental al territorio argentino. En respuesta, Brasil bloqueó el puerto de Buenos Aires para asfixiar la economía porteña.

En ese escenario, Patagones adquirió un papel clave: era el único puerto libre para el comercio y el corso, una actividad legalizada por Buenos Aires que permitía atacar embarcaciones enemigas y generar recursos para la guerra. Para los brasileños, destruir el fuerte y el puerto del río Negro se convirtió en una prioridad estratégica.

La invasión brasileña y la resistencia patagónica

El 27 de febrero de 1827, en el horizonte de la desembocadura del río, apareció la escuadra imperial con la misión de tomar el fuerte. La flota estaba compuesta por cuatro embarcaciones de guerra y transportaba tropas listas para el combate.

Los defensores de Patagones no eran un ejército regular. Se trataba de una combinación de milicianos locales, corsarios franceses e ingleses, soldados negros libertos y vecinos armados con lo que podían. Entre ellos se encontraba el gaucho Molina con sus "tragas", una partida de jinetes que jugaría un papel fundamental en la batalla.

El 28 de febrero, las primeras escaramuzas comenzaron en la desembocadura del río Negro. La infantería negra del coronel Pereyra abrió fuego contra el bergantín Escudero que intentaba engañar a los defensores enarbolando la bandera argentina. Superados en número y armamento, los defensores tuvieron que replegarse hacia el Fuerte, mientras los barcos brasileños avanzaban río adentro.

La estrategia brasileña parecía imparable. Sin embargo, la naturaleza y la falta de conocimiento del río les jugaron en contra: la corbeta insignia, la Duquesa de Goyaz, encalló y quedó inutilizada. La Itaparica, otro de sus barcos principales, también sufrió graves daños. Este golpe inesperado les dio tiempo a los defensores para reorganizarse.

El 6 de marzo, un Consejo de Guerra en el fuerte decidió no esperar pasivamente el ataque y preparar una ofensiva. Se enviaron patrullas a vigilar los movimientos enemigos y el subteniente Olivera lideró un grupo de jinetes que se adelantó hasta Laguna Grande, en las afueras de Patagones.

El combate del 7 de marzo y la victoria argentina

En la madrugada del 7 de marzo de 1827, los brasileños iniciaron su marcha final hacia el Fuerte del Carmen. Conducidos por un guía que conocía la región, intentaron sorprender a los defensores avanzando por el monte.

Pero los milicianos de Olivera estaban listos. Un grupo de exploradores detectó la columna enemiga y dio la alarma. Los defensores, lejos de atrincherarse, contraatacaron con furia. La caballería salió a toda velocidad, y la infantería negra y los corsarios se sumaron al combate.

La batalla se libró en el Cerro de la Caballada, donde los atacantes brasileños, exhaustos por la marcha nocturna y sin acceso al agua, se vieron superados. En el fragor de la lucha, cayó el comandante imperial, James Shepherd, a quien se le encontró en los pliegues de su uniforme una carta con la exigencia de rendición:

"Permaneced tranquilos en vuestros hogares; vuestras personas y propiedades serán respetadas, en caso de acceder a mi justa solicitud; pero en caso contrario incendiaré todas vuestras propiedades".

Pero en el río Negro no había rendición posible. La victoria fue total. Los sobrevivientes brasileños fueron capturados y, en un giro del destino, la flota enemiga terminó en manos de los corsarios argentinos.

Un hito de la soberanía argentina

El Combate de Patagones fue una de las mayores derrotas brasileñas en la guerra y una demostración de la capacidad de defensa de los pueblos del interior, sin apoyo directo del gobierno central que había librado al abandono a nuestros pioneros. Gracias a esta victoria, la Patagonia quedó fuera del control brasileño y los marinos al servicio de nuestro país pudieron seguir operando, contribuyendo al esfuerzo de la guerra.

Sin embargo, a pesar de su importancia, la historia relegó este hecho a un segundo plano. Al igual que la Vuelta de Obligado, donde Juan Manuel de Rosas y Lucio Mansilla enfrentaron a las potencias europeas en 1845, o la guerra de Malvinas, donde los soldados argentinos defendieron el territorio en 1982, la defensa del puerto del río Negro fue una muestra del compromiso inquebrantable del pueblo argentino con su soberanía.

Es fundamental recuperar esta memoria y darle el lugar que merece en nuestra historia. La soberanía no se negocia ni se entrega. Se defiende con la voluntad de los pueblos. Así lo hicieron aquellos milicianos en 1827, como en Obligado, como en Malvinas, como cada vez que la Patria estuvo en peligro.

En Viedma y en Carmen de Patagones, en tierras rionegrinas y bonaerenses, hace 198 años, la Patagonia reafirmó su identidad argentina en las aguas del río más bello.

*Vicegobernador de Río Negro