Como ministro de Roque Sáenz Peña (1910-1913), y también como titular de la cartera de obras públicas, impulsó la Ley de Irrigación que desató la estratégica construcción de las obras de riego en el Alto Valle del Río Negro y que cierta mitología olvidó a propósito, para minimizar la acción clave del estado en el desarrollo de una de las regiones más prósperas de la provincia. Entre sus proyectos más ambiciosos, la Ciudad Industrial del lago Nahuel Huapi es, sin duda, uno de los más importantes.
La iniciativa -aprobada en su primera fase por un decreto del Poder Ejecutivo- promovía la creación de una nueva provincia volcada sobre la cordillera, entre Junín de los Andes y Colonia 16 de Octubre, muy cercana a Trevelín, en la provincia de Chubut. Previó, como centro motor de su proyecto, una ciudad industrial, situada en el extremo oeste-sur del Nahuel Huapi, sobre una llanura cercana al nacimiento del río Limay. El arroyo Chacabuco marcaba el límite noroeste de la nueva provincia, con un lago artificial, producto de un embalse que debería construirse en el Anfiteatro, a la altura de la Segunda Angostura del río Limay. La represa serviría para producir la energía que demandaba el modelo industrial que se había propuesto desarrollar en el norte de la región.
El ingeniero Willis
La integración de la Patagonia resultó para Ramos Mejía un asunto de relevancia durante su paso por la función pública. La Ley de Fomento de los Territorios Nacionales así lo demuestra, tanto como la creación de líneas ferroviarias por parte del Estado Nacional.
En 1906 dio inicio a las primeras obras con el fin de unir los valles de la zona andina con los puertos oceánicos, como la línea San Antonio-Nahuel Huapi que dirigió el ingeniero Cipolletti. Este último, además, inició por iniciativa de Ramos Mejía las obras para irrigar el alto valle de nuestra provincia. Paralelamente, mientras se desempeñaba como Ministro de Agricultura, Ramos Mejía impulsó la creación de la Cooperadora de Río Negro, cuyos integrantes estaban obligados a construir la red de canales que abastecerían a sus futuras chacras en una brillante combinación de esfuerzos del sector público con el privado.
En 1910, al celebrarse en Buenos Aires el Congreso Científico Internacional, en el marco de los festejos del Centenario, Ramos Mejía conoce a Bailey Willis, Ingeniero de Minas y doctor en Geología e Ingeniería Civil de la Universidad de Columbia de Nueva York. Willis era un reconocido especialista en su país y en Europa. Durante el encuentro que ambos mantuvieron, Ramos Mejía le propuso explorar la Patagonia en busca de agua potable. El halo de misterio que siempre tuvo la región para los extranjeros, desde los relatos urdidos por Pigafetta durante el viaje de Magallanes, atraía desde siempre a Bailey Willis. Deseoso de conocer el territorio aceptó el ofrecimiento del Ministro y de inmediato se comprometió a llevar a cabo una investigación geológica de la zona comprendida entre San Antonio Oeste y el lago Nahuel Huapi y el relevamiento topográfico de toda el área. Antes de iniciar su trabajo, retornó a los Estados Unidos para organizar el equipo de técnicos y adquirir el equipamiento e instrumental necesario para cumplirlo. Emilio Frey, que había sido colaborador del perito Moreno, es designado asistente en jefe del proyecto sobre el que asentará sus bases la Comisión de Estudios Hidrológicos del Ministerio de Obras Públicas de la Nación.
Valcheta
La expedición del ingeniero Willis estaba integrada por cuatro topógrafos y geólogos norteamericanos, dos ingenieros argentinos, Emilio Frey y dos rastreadores. Completaban el equipo ochenta mulas, cuarenta caballos y numeroso instrumental científico.
Durante seis meses exploraron la zona de estudio, en el área de Valcheta, pero sin obtener resultados. El agua no aparecía en los infructuosos intentos de hallarla en las profundidades de la meseta rionegrina. Ante ello, Willis decide explorar el origen del arroyo Valcheta y construir una serie de embalses para almacenar el agua que nacía de sus manantiales. Paralelamente previó la construcción de un canal para llevar agua hacia el puerto de San Antonio e irrigar unas cuatro mil hectáreas en la zona. Ramos Mejía apoya la iniciativa al considerar que las tierras fiscales favorecidas por el proyecto aumentarían considerablemente su valor. Sin embargo encuentra resistencias en algunos sectores del gobierno y del Congreso que harán lo imposible para complicar la tarea de Willis.
La Comisión de Estudios Hidrológicos tenía asignado un presupuesto de cien mil pesos y durante los trabajos en Valcheta había gastado el ochenta por ciento. Willis solicita el reembolso del dinero mediante una prolija contabilidad de cada unos de los gastos que había producido. Pero la burocracia es implacable: le paraliza el reembolso porque en una factura faltaban cinco centavos. Willis, para saldar el problema, envía una estampilla por ese valor ya que no estaba permitido enviar dinero por correspondencia. Desde Buenos Aires, sin embargo, le rechazan la estampilla y le exigen el pago en efectivo de la diferencia, impidiéndole, incluso, la posibilidad de hacerlo a través de un cheque personal. Finalmente, pese a estos escollos que Willis ya había conocido antes, cuando el propio Ramos Mejía debe intervenir personalmente para que se destraben los problemas burocráticos que demoraron durante semanas su viaje a la Patagonia, la Comisión entrega en octubre de 1911 el estudio terminado.
Se aseguraba el suministro de agua para abastecer una población de hasta diez mil habitantes en San Antonio Oeste, la zona rural comprendida y la hacienda que estuviera de pastoreo dentro una franja de veinticuatro kilómetros de ancho a cada costado de las vías férreas, en un tramo de cien kilómetros de largo. Sin explicaciones razonables la Dirección de Irrigación y algunos legisladores nacionales hicieron lo imposible para frenar las inversiones que demandaba el proyecto. Los ataques de quienes se oponían a la política de Ramos Mejía se hicieron sentir como nunca. Julio Romero, titular de la Dirección de Irrigación, hace desparecer el informe del ingeniero Willis en un llamativo incendio que se produce en su casa. Por suerte, el norteamericano había guardado en Valcheta una copia de su trabajo.
Parecido pero no igual
Para Bailey Willis la Patagonia ofrecía características muy parecidas al Lejano Oeste y comparaba las ideas de Ramos Mejía con las que permitieron, en su país, establecer industrias, empresas mineras, establecimientos agropecuarios y el desarrollo de una modernísima red de comunicaciones y servicios que rápidamente provocaron el surgimiento de grandes ciudades en una de las regiones más inhóspitas de los Estados Unidas. La diferencia entre el país del norte y la Argentina radicaba claramente en la mentalidad de su clase dominante que no tenía otro interés que no fuera el de exportar carne y granos de la pampa húmeda, desconociendo el enorme potencial de otras regiones del país, como la Patagonia. Pese al contexto político donde debe actuar, Willis tiene el apoyo decidido de Ramos Mejía y, ambos, del perito Moreno. Así comienzan a ocuparse del estudio para tender una línea férrea desde San Antonio hasta el Pacífico, pasando por el Nahuel Huapi. La empresa era costosa pues los beneficios del proyecto tardarían un buen tiempo en fructificar. Estas mismas limitaciones aparecieron en los Estados Unidos durante la aplicación de las políticas para el desarrollo del Lejano Oeste. Willis toma en cuenta estas experiencias. Por ejemplo, ante la necesidad de construir numerosos puentes durante toda la línea proyectada, propone que se hagan de madera, cuya utilidad estimaba en un cuarto de siglo, tiempo suficiente para que luego se pudiera invertir en construcciones de mampostería cuyo costo se vería justificado por la acumulación de beneficios que ya habría provocado el ferrocarril.
Ramos Mejía soñaba con la línea San Antonio-Valdivia como parte de su proyecto para la generación de industrias, centrales hidroeléctricas y un sinfín de emprendimientos para autoabastecer la región y provocar su poblamiento en niveles que hasta el día de hoy no ha alcanzado.
Poblar la Patagonia
En 1912 la Cámara de Diputados de la Nación interpeló al ministro Ramos Mejía con el propósito de provocar su alejamiento del cargo, acusándolo de dilapidar los dineros públicos a través de la Comisión de Estudios Hidrológicos en proyectos de dudosa realización y conveniencia. El presidente Sáenz Peña no le suelta la mano a su amigo y continúa apoyando la acción que despliega desde su ministerio. Paralelamente, Bailey Willis advierte que la región comprendida entre Junín de los Andes y el Nahuel Huapi reúne todas las condiciones para provocar una fuerte política de ocupamiento poblacional del territorio. Piensa que el desarrollo de la agricultura y la ganadería, de los bosques aplicados a la industria maderera y la energía hidráulica que podría obtenerse de sus numerosos cursos de agua para sostener el desarrollo regional posibilitaran la radicación de tres millones de personas sobre una de las zonas más despobladas del país.
Cuando Sáenz Peña enferma y debe delegar la presidencia en Victorino de la Plaza, Ramos Mejía se vio obligado a renunciar. Lo reemplazó Manuel Moyano quien de inmediato acusó al ingeniero Willis por malversación de fondos dado que hasta ese momento no estaba publicado el primer informe del proyecto para el desarrollo del norte patagónico. Días más tarde debió levantar su dedo acusador pues el primero tomo de “El norte de la Patagonia” aparecía publicado aunque no cesó en sus intentos de echar por tierra los proyectos de Willis. Acatando órdenes directas del presidente de los ferrocarriles británicos, donde había trabajado como director, impide la publicación del segundo tomo que no llegó a editarse. Este contenía, además de los estudios técnicos para la construcción del ferrocarril San Antonio-San Martín-Valdivia, el trazado para caminos reales y la introducción de líneas de vapores en los lagos cordilleranos.
Quiso el devenir de este país que un norteamericano protagonizara uno de los tantos episodios que permiten comprender porqué la Argentina no logró desarrollarse como los Estados Unidos. En la Guerra de la Secesión ganó el norte industrialista. En la Argentina, durante un largo proceso de guerras civiles nunca llamadas por su verdadero nombre, el equivalente al Sur esclavista: la oligarquía agroexportadora de la Pampa Húmeda. Bailey Willis peleó con Ramos Mejía, en el norte de la Patagonia, una de las batallas más importantes de un viejo enfrentamiento entre dos maneras distintas de pensar nuestro destino.
(*) Presidente del Bloque de Legisladores del Frente para la Victoria de Río Negro
16 noviembre 2024
Opinion