Más aún, es una aspiración digna de elogio formar en la Argentina una generación de hijos de la democracia que tengan pensamiento nacional, para contrarrestar a aquellos formados con mentalidad extranjera que surgieron como consecuencia de la década de los '90.
La tan ansiada movilidad social ascendente, podría traernos jóvenes educados en universidades nacionales, que articulen en un futuro lo que en Brasil se consolidó como la “burguesía nacional”. Una suerte de coincidencia de sectores sociales que ame a su país y no viva mirando al exterior, especialmente a la hora de no fugar divisas, no depositar en el extranjero los excedentes mal habidos y si privilegiar inversiones productivas en su propio suelo.
Aunque con eso, igual no alcanzaría para concretar un proyecto nacional que perdure más allá de los ciclos políticos circunstanciales, objetivo que también sería altamente deseable .
Porque esos mismos jóvenes deberían, indefectiblemente, salir de las torres de cristal en las que los encerraría ese acceso al conocimiento y sus jugosos ingresos, para poder entender a “la única clase de hombres que existe: la que trabaja”
Saber qué y como piensan los trabajadores, para no repetir errores del pasado. Hay una cultura obrera y popular que es peronista, por lo que, si se pretendiera convertirla en falanges guevaristas, sería ridículo y tiempo lamentablemente perdido.
Esto no lo lograron ni siquiera los que de verdad, aunque equivocados en algunos casos, pusieron el cuerpo cuando la cosas estaban muy feas. Mucho menos se podría conseguir con nenes de mamá , que hayan salido del útero antes de estar maduros, por más que tuvieran la oportunidad de “des-manejar” millones de dólares.
Por eso no sería deseable, ni mucho menos beneficioso, terminar alumbrando una cohorte de clase media culposa, casi un movimiento de “cotillón”, en lugar de una generación joven que tuviera un pensamiento nacional auténtico y amplia sintonía con los sectores que son el motor del crecimiento y el desarrollo en los países progresistas.
Con palabras como modelo, con secretismos milicos (no hablar, esconderse, poner cara de malos) o pretendiendo negar el estatus social que les podría otorgar un cargo bien rentado y declamar, en cambio, que serían capaces de morir por los pobres, no es suficiente. Y tampoco creíble.
Mucho menos, si se pretendieran instalar con debates sobre falsas opciones, constitucionalmente repudiadas y políticamente agotadas, solo para ganar tiempo y tratando de demorar la crónica de un final anunciado.
En las juventudes politizadas está el futuro del país. En sus aciertos o errores, estará el éxito o el fracaso de las nuevas generaciones.
25 noviembre 2024
Opinion