Yo solo puedo decir como en uno de mis poemas que “escribo porque no tengo otra cosa que hacer y por qué es lo que siempre hice”. Y tal vez comparto con don Miguel de Unamuno que “en vez de hacer algo que valga, escribo”.
Muchas veces uno también se ha planteado cual es la función del escritor y un español autor de novelas emblemáticas y Premio Nobel de literatura, José Camilo Cela, supo atinar con una buena respuesta al decir que “la más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”. Y eso me parece notable: ser de alguna manera testigos parlantes de los problemas de nuestro tiempo. No escribir por escribir, sino escribir para decir.
Borges dijo de Martínez Estrada que “era un escritor de espléndidas amarguras”, y descaminado no estaba: Todos los grandes escritores fueron forjados en el infortunio, verbigracia: Cervantes. Es que no se puede escribir sin sentir el dolor de las palabras y de las vicisitudes del mundo que nos rodea.
Cada día al estar frente teclado esperamos mucho de la inspiración y de nuestro trabajo, pero luego vemos como señalaba Gabriela Mistral que “de toda creación salimos con vergüenza porque fue inferior a nuestros sueños”. Baltasar Gracián, ese gran poeta autor de “naderías”, dijo que los escritores “no deberían ser tan ignorantes que no pudieran escribir un soneto, ni tan imprudentes como para escribir dos”. Por eso como Sábato, Kafka y cuántos otros más los escritores en vez de escribir solemos quemar las cuartillas en piras formidables, aunque después nos arrepentimos.
¡Y qué decir de los personajes de nuestras obras! ¿Son hijos de nuestra estampa, como decía Cervantes? ¿Tienen vida propia o son marionetas vacías de carácter? Tolstoi dijo alguna vez que había perdido el control sobre Ana Karenina. Y Jorge Amado se sorprendió cuando doña Flor fue infiel.
El escritor escribe, se desvela, transpira, sufre, y vive mientras crea en la soledad más absoluta, como el barón de Montaigne en su torre rodeado de libros. Es un ser muy especial y generalmente el más desdichado y solitario de todos, como sucede con la mayoría de los artistas en general.
Se habla mucho del compromiso del escritor con la actualidad política del momento y generalmente con la política partidari9a o de facción. Error. “El escritor debe comprometerse pero no en el concreto terreno político, sino en el más amplio de plantearse con todo el rigor que le sea posible el problema suyo y el de todos los hombres, el de la condición humana en el mundo contemporáneo”. El primer compromiso de un escritor debería ser con la dignidad del hombre y su circunstancia.
Escribimos cómo podemos. Andamos a veces a tientas buscando un rayo de luz. Por eso debemos ser humildes y no enfermarnos de importancia. A veces uno es “un pobre hombre que en los ratos de vanidad quiere aparentar que sabe todo, pero que en realidad no sabe nada”.
El escritor no debe ser excesivamente libresco, antes bien sus textos tienen que tener vida, sustancia, carnadura.
Pero hay algo que es innegable: cuando uno ha comenzado a escribir, esa pasión no nos abandonará nunca, porque escribiremos hasta que la última página se cierre para siempre.
Pasaremos buenos momentos y seremos felices haciéndolo, aunque suframos y la literatura nos colme de sinsabores y de malicias, porque no todo en la vida de un escritor es color de rosa. Lo supo Cioran, Camus, Rimbaud, Cervantes, Sábato, Martínez Estrada, y la lista sería excesivamente larga.
Hay escritores porque hay lectores, eso se sabe. Sin embargo “la gran diferencia entre escritores y lectores, y otra vez Borges, “es que el escritor escribe lo que puede, mientras que el lector lee lo que quiere”.
En el día del escritor –uno más en la cuenta de la vida- un saludo a los escritores amigos. Bajo el aludo sombrero de las letras estamos.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta.
25 noviembre 2024
Opinion