“En esa noche, hubo un parto. En medio de la oscuridad, un alumbramiento. Nació una historia. Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje.”
Cooperativa de trabajo La Vaca
“La historia de las Madres de Plaza de Mayo: érase una vez catorce mujeres”- 2020
El 30 de abril de 1977, 14 madres comenzaron a caminar alrededor de la Plaza de Mayo, obedeciendo la orden de circular que les gritó el policía que cuidaba ese espacio público. Ni ellas, ni él supieron que, en ese preciso instante, se daban los primeros pasos de un camino de resistencia contra la violencia, la injusticia y la desigualdad que se transformó en un faro y ejemplo en el mundo.
El país estaba bajo la dictadura genocida que oficialmente se inició el 24 de marzo de 1976, pero gestada mucho antes con la complicidad de todos los sectores del poder hegemónico que atravesaban los ámbitos militares, la justicia, el clero y las empresas. Bajo la excusa de la guerra contra la subversión, los secuestros y fusilamientos se realizaban a plena luz del día. Las familias comenzaban a recorrer hospitales, comisarias, juzgados, centros religiosos buscando alguna respuesta, comenzaron a reconocerse entre las filas, del abrazo y la pregunta pasaron a tratar de encontrarse y pensar juntas.
La mayoría eran amas de casa, marcadas con la cultura del maternar sin demasiadas preguntas, solo amor. Cuando les arrancaron a sus hijes, no midieron consecuencias y salieron a buscarlos. Cuando comenzaron las reuniones, agotadas del peregrinar en oficinas y despachos, Azucena Villaflor propuso ir a la Plaza de Mayo, junto a la pirámide para que las vieran y las escucharan.
Así fue como Azucena, Berta, Haydeé, María Adela, Julia, María Mercedes, Cándida, Mirta, Kety, Raquel, Antonia, Delicia González, Pepa y Raquel se pusieron de pie en el corazón de la plaza y en el centro de la historia. En octubre, durante la peregrinación a Lujan eran cientas; la ronda se hizo marcha, apareció el pañuelo blanco fabricado con el pañal que guardaban por tradición. Hebe de Bonafini, recuerda que las encerraban y las llamaban locas y se convirtieron en ejemplo de salud mental, como escribió Galeano.
Se les infiltró el cobarde genocida Alfredo Astiz y el 10 de diciembre de 1977, comandó el operativo que ingresó a la Iglesia de Santa Cruz y secuestró a un grupo que estaba reunido allí, entre ellxs estaban Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco. Azucena hizo la denuncia por sus compañeras y la fueron a buscar. Padecieron la tortura y se lxs llevaron en los vuelos de la muerte. El mar, que sabe del empecinamiento humano, devolvió sus cuerpos a la playa. Sus restos identificados en el 2005 por el Equipo de Antropología Forense, fueron sepultados junto a la Pirámide de Plaza de Mayo.
En agosto de 1980, Lolín Rigoni, Ines Ragni y Beba Mujica, acompañadas por Jaime de Nevares realizaron la primera acción exigiendo aparición con vida de detenidxs desaparecidxs de la Región Patagónica. En 1982 se organizan como primera filial de la Asociación del Alto Valle de Neuquén y Río Negro.
Transitaron todos los recorridos posibles, aprendieron de oficios judiciales, solicitadas, viajes al exterior, presentaciones protocolares y de las otras, esas donde se paraban en la puerta para que las escucharan desde el Papa hasta los referentes de los Organismos de Derechos Humanos Internacionales. Con el regreso de la democracia, duplicaron el esfuerzo por Memoria, Verdad y Justicia, cuando los cómplices civiles y los medios pretendían imponer la teoría de los dos demonios.
Debatieron siempre y en todas partes, incluso entre ellas. Dividieron la Asociación, pero nunca se quebraron, por el contrario, se multiplicaron: Madres, Abuelas, H.I.J.O.S, Familiares y ahora Nietes. Llevaron a los genocidas al banquillo y no pidieron su sangre, solo que la Justicia hiciera lo que corresponde. Nos enseñaron a estar alertas a cada intento de retroceder, junto a ellas dijimos que no a la obediencia debida y el punto final. Celebramos cuando las derogaron y volvimos a marchar cuando la Corte infame pretendió imponer el 2X1 y los cómplices civiles de la dictadura ocuparon los sillones ministeriales.
Ellas siempre dicen que fueron paridas por sus hijes, comprendieron que sus luchas y tomaron la posta de sus ideales, transformaron la memoria en presente vivo y frente a cada injusticia se escucha la voz de una Madre acompañando los reclamos por el derecho a vivir con dignidad. Enfrentaron a la caballería en diciembre del 2001, poniendo como escudo sus cuerpos, abrazaron a las víctimas del gatillo fácil, a las sobrevivientes de las violencias, a las disidencias, aunaron sus voces con los pueblos originarios y migrantes. Son las madres de todas y todos nos sentimos un poco sus hijos.
Las Madres de la Plaza cumplen 45 años, algunas partieron antes, otras, aunque sus cuerpos van dando cuenta del paso de los años siguen caminando y nosotros a su lado. Ellas, las que hacen en la práctica cotidiana, lo que muchos derrochan en teorías, nos enseñaron que la lucha por una sociedad un poco más justa y solidaria, no es de un momento, ni propiedad de una sola persona, ni siquiera de una organización. Que trascender individualmente para ser el nombre en una placa de homenaje no sirve, que el enemigo nunca está del lado de quienes aspiran a lo mismo, aunque tengan diferentes métodos.
Ellas, las del pañuelo blanco, son la fiel muestra de que toda lucha es colectiva, amorosa, que es posible resistir sin perder la ternura y que la mayor victoria es multiplicarse en miles.
16 noviembre 2024
Opinion