Por Candela Bosco Navarro*
Estudiante Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP
Hubo un día en el que un presidente, que llegó a este puesto “con menos votos que desocupados”, pidió perdón en nombre del Estado Argentino por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia. Ese 24 de marzo, la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), estaba repleta. El presidente casi no logró llegar al escenario montado para dar su discurso porque la gente quería tocarlo, como si de un mesías se tratase. No tenía miedo de pasar sin seguridad a través de la masa militante resurgiente en la Argentina de 2004. Sabía que estaba representando a su generación, que era también la generación de Claudia Bellingeri, que se encontraba allí entre remeras de miles de agrupaciones políticas, acompañada de sus Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Entre sus propias manos sujetaba la mano más firmemente arrugada que haya conocido, la de Norita Cortiñas:
– No podemos entrar acá. A este lugar de horror. Nos van a ver. ¿Qué van a pensar, Claudia?
Pero Claudia no pensó. Avanzó hacia ese presidente. Con una mano apretó con fuerza la de Nora y con la otra, los claveles que habían llevado como ofrenda a quienes alguna vez personificaron la resistencia. A los padres de toda una generación que necesitaba, y sigue necesitando reparación.
Claudia Bellingeri la necesita desde el 11 de junio de 1977, día en el que a su padre lo desapareció la dictadura cívico militar más atroz que haya atravesado tierra latinoamericana. Por eso, hoy es militante de los Derechos Humanos. Esos que le fueron negados a su familia y a todos aquellos que, a su lado, impulsaron la creación de organizaciones como Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S), el 14 de abril de 1995. El presidente que les pidió perdón, el 24 de marzo de 2004, “inició un camino de reparación estatal que les devolvió una mínima parte de lo que se les quitó en aquella dictadura de 1976”.
Hoy Claudia sigue formando parte de H.I.J.O.S La Plata, para dar continuidad a ese camino que inició Néstor Kirchner. Para encarnar y mantener vivo el reclamo de “Memoria, Verdad y Justicia”, que impusieron aquellas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con sus rondas de los jueves. También dirige el programa “Justicia por delitos de lesa humanidad” –dependiente de la Comisión Provincial por la Memoria-, desde donde se desarrollan las investigaciones a partir del peritaje de la documentación perteneciente a los fondos documentales de la ex DIPPBA, de Prefectura Naval Argentina Zona Atlántico Norte y Unidades Penitenciarias. Este programa aporta evidencias fundamentales al ciclo de juicios a los responsables del genocidio, iniciados con el Juicio a las Juntas Militares un año después de restituida la democracia.
– Vos tenés que dar tu tiempo, cosa que hacían mucho nuestros padres, darlo generosamente. No sacrificar un tiempo, sino pensar que es un tiempo genuino que uno le dedica a esa responsabilidad social. Que tiene que ser siempre compartida y colectiva. Hay que juntarse con otros para transformar la realidad. Para mí eso es militar” –dice Claudia, con la misma convicción con la que afronta la vida. En este 2023, Argentina cumple 40 años de democracia ininterrumpida. El período más largo de su historia. Para Bellingeri, no hubiera sido posible si la juventud militante de los ‘90 no hubiera logrado cambiar el paradigma que vestía de vergüenza a quienes se les había arrebatado la vida.
La “teoría de los dos demonios”, impregnada en los discursos estatales, judiciales y sociales de principios de siglo, intentó minimizar la responsabilidad que debe caer sobre un Estado de garantizar el derecho a la vida, a la protesta, a la seguridad y a la expresión de sus ciudadanos. La militancia, de la mano de un gobierno que a partir de 2003 representó políticamente los reclamos de familiares de víctimas del terrorismo de Estado, logró que la “normalidad” ya no incluya esconder las declinaciones políticas, sino, que la memoria se haga carne. La reivindicación de aquellos que dieron la vida por lo que creían justo fue el discurso oficial.
Hoy Claudia respira. Respira profundamente como lo hizo aquel 24 de marzo de 2004, justo antes de tomar la mano de Nora Cortiñas, su compañera de lucha y militancia, para animarla a atravesar el umbral de la ex ESMA. Para animarla a mirar a la cara a aquel que le pidió perdón. Para animarla a transformar aquel espacio de dolor, en un espacio de memoria. Claudia respira. Mira por la ventana del “shop” de la estación de servicio que da a la Plaza España de La Plata. Las incipientes lágrimas que aparecieron de repente sobre los párpados inferiores de sus ojos, que permanecen en estado de búsqueda desde hace 46 años, parecen disiparse. Claudia respira. Acomoda la espalda, como si se quitara de los hombros el peso de todos estos recuerdos, y vuelve a erguirse sobre el banco de madera, en la esquina del local. Come el último bocado de su budín. Claudia respira.
– Lo que pasa es que yo ya escuché mucho –exhala, sin apartar la mirada del parque del que la separan tan sólo la calle y sus recuerdos. En su rostro se dibuja una media sonrisa que parece esconder la sabiduría de la experiencia–. Antes era moneda corriente esta cuestión de decir que nuestros desaparecidos eran terroristas, que no fueron 30.000, que no merecían nada. Nosotros logramos desinstalarlo, pero siempre estuvo, y ahora aflora desde algunos sectores, pero yo pienso que son minoritarios.
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En este año electoral, los sectores que para Claudia son minoritarios decidieron hacer del negacionismo su bandera. Javier Milei, un candidato neoliberal que acumularía individualmente un 21,1% de votantes -casi tanto como el 22,2% que acumuló Kirchner en aquellas elecciones atomizadas de 2003- presentó en su fórmula presidencial, por el partido “La Libertad Avanza”, a Victoria Villarruel. Es hija del segundo jefe de una unidad de infantería del Ejército Argentino creada en plena guerra de las Malvinas, y nieta del contralmirante Laurio Hedelvio Destéfani, fallecido en 2017, quien fue historiador naval. La candidata a vicepresidenta es militante negacionista. Hace más de 10 años que forma parte de agrupaciones de “familias militares”. Fue ella quien fundó el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), desde donde encaró una fuerte defensa de los militares acusados y señalados por delitos de lesa humanidad .
Esta fuerza política no es la única que pregona una libertad que nada tiene que ver con la que militaron aquellos 30.000 desaparecidos. La ex ministra de Seguridad, y actual precandidata a presidenta por Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, incluye en sus propuestas la posibilidad de introducir “constitucionalmente” a las Fuerzas Armadas en la lucha contra la delincuencia, como apoyo a la Policía Federal. La memoria, que nos lleva a mantener vivas las consecuencias que han tenido este tipo de ideas en las épocas más oscuras de nuestro país, aquí no tiene lugar.
Para Bellingeri, que el neoliberalismo y la impunidad hoy vayan de la mano, es un gran retroceso para el paradigma de los Derechos Humanos. Pero Claudia ya escuchó mucho:
– Me preocupa, pero seguiremos dando la batalla. Sobre todo para quienes están desprevenidos, los que la están pasando mal y compran los discursos mesiánicos de cambios que no van a suceder. Va a suceder exactamente lo contrario, porque son discursos de odio basados en mentiras y nosotros somos luchadores por la verdad. El desafío es volver a narrar esas verdades, teniendo en cuenta que la memoria siempre va estar en disputa.
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A más de 1000 kilómetros de distancia, las mismas ganas de batalla le atraviesan el cuerpo a María del Cielo Tailmitte Toncovich, profesora de artes visuales en estudios primarios, secundarios y terciarios. Lleva el nombre que eligió su mamá, y su apellido materno lo agregó “de grande”, porque de grande también fue que se reconoció militante de derechos humanos. Fue a partir de su participación en la Asociación de Familiares y Víctimas del Terrorismo de Estado de la Comarca Viedma - Patagones, que Cielo pudo reconocer que es una “militante de todo”, que lo lleva en la sangre y lo llevará toda su vida.
Porque Cielo se siente “muy hija de su mamá”, a quien sólo pudo acariciar los primeros cinco años de su vida, porque el gobierno de facto del ‘76 no le perdonó su militancia por un mundo con oportunidades para todos. Las desapariciones forzosas de su madre y el compañero -quien fue como un padre para ella- en la ciudad de La Plata, así como el deseo de sus abuelos de mantener con vida aquel alma que su hija trajo al mundo, la llevaron a radicarse en Carmen de Patagones desde 1981.
Es desde su casa en este pueblo, donde se encuentran todos esos colores y texturas que tanto le gusta transmitir a sus estudiantes, que entiende haber vivido la militancia como su normalidad desde pequeña. Recuerda acompañar a su madre a hacer “laburos de taller barrial” en una villa de Bahía Blanca, uno de los tantos lugares en los que Cielo transitó su infancia. Recuerda una eterna fila de niñeces esperando que se les entregue menos de la mitad de una taza de leche, y a su madre incluyendola. Al llegar al primer lugar, era dar un trago, dos tragos, y correr de vuelta al final de la fila para tomar un tercero. Cuando casi alcanzaba nuevamente la delantera, su mamá la frenaba. Fue ahí que entendió que había otros que tenían más hambre: “Para mí la militancia es pelearla para que todos tengamos todo lo que necesitamos”.
Tailmitte Toncovich lloró junto a su abuelo, junto a Claudia Bellingeri y junto a miles de otras personas que fueron dañadas y socavadas por la dictadura, cuando por fin un presidente enmendó ese daño. Lloraron cuando la televisión nacional les mostró a ese presidente retirando el cuadro del responsable mayor de este genocidio atroz, que aún colgaba de las paredes de la Casa Rosada. Pero hoy ríe. Ríe con ironía al pensar que un economista, con la misma cantidad de años vividos que ella, que vivió la Argentina del siglo pasado con la misma edad, y que hoy corre tras la presidencia, pueda pensar en hacer del negacionismo nuevamente el discurso oficial.
– El costado más conservador y elitista de nuestra Patria nunca ha perdido el hilo de su relato –analiza Tailmitte Toncovich, sin perder la sonrisa que la caracteriza y que la hace parecer capaz de ablandar cualquier roca–. Creo que estos discursos que niegan un genocidio de estas dimensiones, son una lección de que no hay derecho conquistado que sea permanente. Todos los derechos se conquistan, pero también se defienden y hay que sostenerlos dinámicamente, con trabajo y con participación. Hay que estar atentos. Le pongo fichas a esta Patria y a su capacidad de discernimiento, su sentido crítico.
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En el Bosque de La Plata se sienta Juan Constriciani, trabajador del Astillero Río Santiago. El único rayo de sol que las nubes no pudieron tapar en toda la mañana, le ilumina la mitad de la cara. Su pelo parece más blanco y delata una nariz enrojecida, único signo de que siente el frío húmedo de esa mañana de junio. Su cuerpo se apropia de las heladas maderas sobre las que se asienta su cuerpo. La espalda apoyada completamente sobre el respaldo del banco verde le permite admirar la dimensión de la escalinata que lleva hasta la entrada del Museo de Ciencias Naturales donde, recuerda, su padre cursó sus estudios universitarios. La información la tuvo que recabar de su madre, porque Juan no llegó a conocerlo. Su padre fue desaparecido en diciembre del año 1975, un mes antes de su nacimiento.
Pero la información no es lo único que su madre le dejó. La militancia, que hoy ejerce tanto en el ámbito de los Derechos Humanos -a través de H.I.J.O.S- como en el ámbito político, a través del Partido de Los Trabajadores (PTS), también fue parte de su normalidad a lo largo de toda su vida. Si bien la militancia oficial la sitúa a partir de los primeros años facultativos, desde pequeño acompañaba a su madre a las marchas de la resistencia, durante lo que ahora identifica como los años de dictadura.
Uno de los objetivos que primero recuerda haber militado Juan, junto a otros hijos de desaparecidos, es la reivindicación de la militancia de sus padres. Quitar el velo de oscuridad que cubría esas historias de devoción por la libertad. La historia de esos deseos de cambio. La historia de esas luchas inclaudicables en pos de dejar un mundo como el de hoy, en el que existe el poder de elección, el derecho a expresión y a protesta.
Cuando Juan observa el panorama político y social de hoy, le recorre las venas la misma preocupación esperanzada que a su gran compañera de lucha, Claudia Bellingeri, quien sonríe fraternalmente cuando se lo nombran. Juan puede encontrar sólo una explicación a la existencia de un porcentaje -hoy minoritario pero con capacidad de crecimiento- de juventud militante que halla su identificación política en discursos que reivindican el actuar militar de aquellas épocas o proponen el libre accionar de las Fuerzas Armadas en las calles. Para el referente del PTS, la explicación radica en que la juventud actual “descree de la política por la desfavorable y preocupante situación económica del país en las últimas décadas, lo que les lleva a votar a aquellos con los que no han tenido ninguna experiencia negativa aún, pero que pregonan discursos antiderechos y retrógrados”, afirma sin despegar ni un músculo del banco.
Constriciani asocia el resurgimiento de estos discursos por parte de los sectores políticos más conservadores de la política argentina, a las diferencias que se han establecido -con el devenir social y político del país- entre los objetivos a los que apuntaba la militancia de su generación y los objetivos perseguidos por la militancia de las juventudes actuales. Lo observa de primera mano porque, así como su madre le transmitió la pasión por la militancia, él se la heredó a su hija Viole, ferviente militante en los mismos espacios que Juan.
– Nosotros teníamos que enfocarnos en rearmar las redes que la dictadura no logró desaparecer, pero sí romper. Había que convocar, sumar y agrupar a todas esas personas que creían en una causa justa pero que lo hacían en soledad. Afortunadamente, ahora esas redes ya están establecidas –aprecia Constriciani, con los ojos perdidos como si reviviera los esfuerzos de viejas épocas–. Lo que pasa hoy es que el foco de la militancia se trasladó a la división de aparatos políticos, basada en una distinción en cuanto a ideas económicas, sociales y culturales. Pero la militancia necesita activismo y hoy hay una “plancha” general. La gente está con bronca, pero ni se le ocurre asistir a una movilización. Para que la política se active necesitás que la militancia exceda las corrientes políticas.
Casi una premonición. Mientras Juan habla de quietud en las militancias, el país se resiente con la represión policial y la detención de decenas de militantes de diferentes corrientes, que salieron a la calle en la provincia de Jujuy para protestar en contra de una Reforma Constitucional aprobada a espaldas del pueblo norteño. Paradójicamente una Ley que criminaliza la protesta social.
Siete días más tarde, son 10 los partidos y alianzas que presentaron sus listas para las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo 13 de agosto. La división política que observa Juan, toma cuerpo. Se multiplican los intersticios por los que el silencio y el olvido tienen la posibilidad de inundar los discursos oficiales nuevamente. Pero la generación de Claudia, Cielo y Juan, que vió a un Presidente pedir perdón, no claudica. No olvida, ni va a dejar olvidar.
16 noviembre 2024
Opinion