Para ellos no hay planes Repro, ni créditos blandos, ni gas en línea, ni garrafas. Sólo leña y poca. 7 o 10 grados bajo cero, en las madrugadas, es una aguja salvaje del recordatorio más indigno de la pobreza sin destino. Basura en sus alrededores, agua acumulada, zanjas con en aguas servidas.
Para sus habitantes -muchas veces- las elecciones no representan la posibilidad de encontrar a alguien que les muestre, aunque sea un lejano, un horizonte distinto. Por el contrario, es “una oportunidad de obtener algo más, cada dos o cuatro años, de la nada que los rodea”.
Sus escuelas públicas terminan siendo un lugar para comer algo, donde los docentes, a costa de sacrificios, hacen lo que pueden, recibiendo chicos que encuentran más calor que en sus propias casas, aunque las escuelas, a veces están mal calefaccionadas. El barro y la basura también los rodean. La mayoría cumple la formalidad de “educarse” aunque será difícil evadir sus destinos. Algunas son parte de la excepción, pero, a veces ni siquiera se sabe advertir a los otros miles cuya oportunidad termina siendo el alcohol, las droga, robos, muerte o prisión.
Ni siquiera el deporte, por caso el fútbol, la gran pasión nacional, pudo encontrar o torcer el futuro. Los picaditos se hacen entre las piedras, rodeadas por algo de tierra. Césped o cemento son inalcanzables.
Ningún pibe puede encontrar destino entre esos desniveles que cortan o raspan. Las promesas “políticas”, de centros deportivos, son como yogures vencidos. Con suerte, 30 días antes de alguna elección recibirán camisetas y alguna pelota, como si el destino pudiera sortearse con un “Papá Noel” hipócrita que le vende la ilusión de que “vestirse de persona nueva hace a una nueva persona”. Y para ellas, nada. Una muñeca de trapo o un embarazo para que la dirigencia que descubre que hay “5 estaciones” (verano - primavera - otoño - invierno y elecciones), reclame a viva voz “educación sexual o emita diagnósticos forenses surgidos de sus propias desidias”.
Pasarán dos o cuatro años para volver a verlo. Si es que vuelven. Quedarán sus jefes/as de Juntas vecinales, oportunistas algunos, sacrificados la mayoría. Ellos no cobran. Se cargan al hombro el dolor de sus vecinos, son uno/a más. Corren de un lado para otro, piden reuniones. A veces las logran y la mayoría no. Les hacen promesas, obtienen poco, pero vuelven a cargar. Saben que obtendrán nada, aunque parece mucho, ante lo que tienen.
Ese Bariloche que está detrás del telón de las publicidades sonrientes (lo que no se cuestiona en absoluto), parece ser la vergonzosa postal viva y latente, de fracasos humanos, políticos y sociales. Ese Bariloche no puede reclamar dinero para sortear las perdidas de una mala temporada (reclamo legítimo), porque simplemente no tiene nada que perder. Está tan acostumbrado a la escasez que ha desarrollado una pasividad que duele.
Toma, como canarios enjaulados, las dadivas que el municipio, la provincia o Nación reparten, aceptando ese destino irreversible, mientras que los dadivosos pretenden que el canario les cante su alegría, olvidando que están enjaulados.
Bariloche no tiene un muro de cemento que la divide. Tiene una suerte de alambre de púa que la corta, haciendo que la vista no registre los latidos de corazones que no decidieron nacer en tal destino. Simplemente les tocó.
Allí, el triunfo es casi la utopía y el fracaso una condición anticipada. Parece un punto de partida irrefutable, algo así como nacer con ahorros o con deudas. Una marca que echa por tierra toda dialéctica y pone de manifiesto la incapacidad de las mismas, cuando no se plasman en realidades. Es que esgrime tal vez el ejercicio político, la de cambiar, precisamente, las realidades. Informe realizado por el sitio www.pdeqdigital.com
Sin embargo, las características enunciadas, no parecen ser precisamente de Bariloche. Quizás, las dimensiones de los territorios además de la gran cantidad de personas que os habitan, dan cuenta de un caso icono, aunque no podría asegurarse que es el único de Río Negro.
Las realidades sociales se encuentran, muchas veces, en veredas enfrentadas y esa disparidad deja a muchos sectores a un costado. Las políticas, fruto de esas realidades, suelen tener miradas parciales y el abandono suele ser atroz.
Hoy, se exige desde los sectores grandes lo mismo que desde los pequeños comerciantes, soluciones para paliar el conflicto que ha generado la caída de cenizas. Sin embargo, hay todavía miles que quedarán fuera de esa ayuda y para quienes la “crisis” es permanente. Quizás no se la advierte porque se encuentran acostumbrados.
FUENTE: Ruta 40
26 noviembre 2024
Río Negro