Niebla de cuento sobre el río

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Esta mañana, el río Negro se vistió de misterio. Una densa niebla, como un velo de algodón húmedo, descendió sobre Viedma y Carmen de Patagones, transformando el paisaje cotidiano en un cuadro de atmósfera onírica. Las siluetas de los puentes se difuminaron, las barrancas se esfumaron entre brumas, y el río—tan conocido, tan nuestro—pareció convertirse por unas horas en un espejo de plata líquida, quieto y silencioso.

Los vecinos, al salir a cumplir con sus rutinas, detuvieron por un instante el paso. Había sorpresa en sus miradas, admiración en sus murmullos. ¿Era esto nuestro río, nuestro puente, nuestra ciudad? Parecía más bien un fragmento de Londres transplantado a la Patagonia, un sueño de Dickens con olor a salitre y tierra húmeda. Los autos avanzaban lentos, con faros encendidos, como navegando entre nubes bajas; los peatones, envueltos en ese aire blanco, se volvían sombras fugaces.

El otoño, que ya prepara su retirada, nos regaló hoy este espectáculo efímero. La niebla, caprichosa, se aferró al cauce, jugó a esconder la costa, dibujó un paisaje nuevo sobre el mismo río de siempre. Y por unas horas, Viedma y Patagones fueron más que ciudades—fueron leyenda, poema, postal de un instante mágico que, como todo lo bello, no durará. En unas horas quizás el sol lo borre todo. Pero esta mañana, la niebla nos hizo mirar con ojos nuevos lo que creíamos ya conocido.

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