Cuando el COVID entra quedas como una moneda revoleada al
aire, que puede caer cara o cruz. La sensación de poder morir empieza a ser una
realidad tanto sensorial como emocional; y en la lucha interior la racionalidad,
el autocontrol y la auto observación son los elementos necesarios frente a la
desesperación
Tengo la suerte de que mi carrera profesional como médico
psiquiatra me haya llevado a manejar estas técnicas, pero también sé que para
el común de la gente las palabras y los métodos son aislamiento, soledad y
ausencia de contacto con sus seres más queridos.
Los equipos médicos se lo están replanteando y actúan
positivamente. Hay momentos que son cruciales: cuando el frío invade los
huesos, cuando una posición se torna insoportable pero no podes moverte, cuando
sentís que perdés la dignidad. En ese momento, una mano que te tape o te
acomode, alguien que diga una palabra con cariño se convierte en un refugio.
Hace un mes que empezó mi lucha, había viajado a Buenos
Aires para cumplir con mis tareas en el Congreso cuando en la primera semana de
abril llamaron para avisarme que entraba en el próximo listado de vacunación,
destinado a los menores de setenta años. El jueves 8 llegué a Roca, sin saberlo
ya infectado pero aún sin síntomas, y con los hisopados negativos que cada
semana me hacían para integrarme a la oficina. Me vacunaron, y el sábado 10
empecé con síntomas de cansancio y sueño, que atribuí en principio a una
reacción propia de la vacuna.
El domingo los síntomas aumentaron y luego de un hisopado
positivo, el lunes 12 el equipo médico decidió que lo mejor era internarme para
poder aplicar medicación, realizar una tomografía y análisis de laboratorio, no
solo por mi edad, sino también por tener patologías previas. Así estuve
internado en la Clínica Roca hasta el viernes 16, en el que fui trasladado a mi
casa para permanecer aislado en una habitación. En eso también mi esposa dio
positivo, con síntomas leves.
El lunes 19 por la noche comencé a levantar temperatura y
noté algo nuevo. Mi cuerpo empezó a librar una batalla en la que sentía que mi
sangre empezaba a hervir adentro mío cada seis horas, tenía temblores
imparables, frío y una transpiración intensa que terminaba con un estado de
agotamiento absoluto.
Luego de unos estudios virales y bacteriales apareció una
sobre infección bacteriana clínicamente evidente. Nuevamente internación con
dos vías parenterales que suministraban un cóctel de antibióticos, corticoides,
anticoagulantes, antifebril cada seis horas y así, pasadas las 48 horas, empezó
a ceder el cuadro que ya estaba empezando a afectar la función renal.
Mientras esto sucedía, sin advertirlo el COVID hizo su
trabajo invasor. El cuadro que parecía mejorar con el correr de los días, me
encontró necesitando oxígeno que me suministraron primero con una bigotera,
después con máscara común al 100% y con baja de saturación al menor movimiento,
a lo que siguió una máscara con cámara de reserva para bolsear si lo
necesitaba.
Cuando el declive amenazaba con llevarme a terapia
apareció el casco Helmet, que funciona como una escafandra de buzo dentro de la
cual la máquina inyecta una mezcla de gases, aire y oxígeno puro, con el que
tuve sesiones de cuatro horas dos veces por día. Ya llevo siete días con esta
escafandra y arece que empiezo a doblar la cuesta hacia la mejoría, no lo se,
pero creo que voy bien.
Considero que es de gran importancia considerar el hecho
de que nos hemos acostumbrado a eliminar las molestias de manera pasiva, cuando
nos duele algo tomamos una pastilla y listo, en el proceso no hay acción por
parte de quien adolece. En el tratamiento del COVID los métodos no invasivos
como el casco Helmet, los ejercicios de respiración y relajación, nos pueden
fortalecer y dar autoconfianza, esto debe ser contemplado por el equipo de
salud. El personal más sofisticado debe ser quien lo dirija, pero hay una infinidad
de personas preparadas para estas tareas que no son menores, sino más simples y
que hacen un enfoque integral del abordaje del problema.
A modo anecdótico quiero decir que los únicos varones en
este cuento somos el kinesiólogo Fernando Ponce y yo, el resto es un equipo de
mujeres auxiliares y profesionales que tienen ya más de un año de experiencia,
sacrificio y aprendizaje donde “las dejaron solas” y llevan la tarea adelante
arrolladoramente, con capacidad y amor.
Agradezco a mi esposa y a mis hijos por poder seguir acá,
al maravilloso equipo de la Clínica Roca, mi ciudad, a los amigos, los
compañeros de la política, los adversarios que envían saludos y a la gente de
las distintas iglesias que aún sabiendo que soy agnóstico me han llenado de
oraciones y buenos deseos, mostrando que la humanidad es posible si el afecto
permite, aunque sea por un momento, hacer a un lado los intereses y las
ideologías.
Simplemente quiero decir gracias, y me atrevo a abordar
esta nueva etapa de mi vida pensando en los próximos veinte años que tengo por
delante, teniendo la suerte de poder hacer lo que me gusta y finalmente
dedicarme a descansar llegada la senectud de los noventa.
(*) Diputado nacional Juntos Somos Río Negro
16 noviembre 2024
Opinion