Los sucesos históricos de la historia reciente de la
Argentina nos convocan más allá de las fechas de conmemoración. La composición
del presente todavía está ligado a hechos que marcaron nuestra sociedad.
Incluso hasta en algunos de ellos conocemos a gente que ha protagonizado algún
episodio que nos quedó en la retina.
El ejercicio de convocar acontecimientos históricos por
fuera de sus fechas de evocación es importante para mantener viva la memoria y
generar debates todavía necesarios. Cobra mayor valor si quienes lo hacen son
los jóvenes.
En este caso, una crónica de una joven de la Comarca,
Luciana Sabbatella, estudiante de periodismo en La Plata, narra el secuestro de
Oscar Meilán y su esposa, durante la última dictadura.
La crónica, titulada “Sobreviviente de la sangre
derramada en la bandera argenta”, tiene minuciosos detalles de cómo fue el
secuestro de Meilán, reconocido vecino de Viedma.
A continuación, la crónica de Luciana Sabbatella.
Llegó lo más terrible para todos los argentinos, el
contexto más gris y más rojo de la historia de la celeste y blanca. Gris por el
miedo y rojo por la sangre derramada en nuestra bandera. En nombre de ella, nos
gatillaron las almas y todos los corazones.
Fue un 24 de marzo de 1976 cuando lo malo se convertía en
el terror de todos los ciudadanos y en la ciudad de Viedma se asomaban de a
poco los rastros de los milicos, que iban a desgarrar los cuerpos que ellos
querían y a exprimir las lágrimas de dolor de unas cuantas familias.
Ese día inició la dictadura cívico militar en Argentina y
de acuerdo con la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, dejó saldados 30.000
desaparecidos y aproximadamente 500 bebés apropiados.
Los viedmenses que estudiaban en La Plata, en Bahía y en
Buenos Aires, regresaban a sus hogares, a la capital rionegrina, porque ahí el
contexto dictatorial se vivía más tranquilo y las persecuciones no eran tan
agobiantes como lo eran en las ciudades más grandes.
1 de Julio, el peligro toca la puerta
Durante el golpe
militar, no se permitía hacer ningún tipo de militancia. Era un contexto
terrible, donde las inquietudes y las ilusiones de los jóvenes se mantenían
latentes, sin desconocer el peligro que significaba para ellos y para su
familia.
Absolutamente todo estaba prohibido y dejaron de
funcionar todas las organizaciones colegiadas. Lamentablemente, todos los
gobiernos representativos, provinciales y municipales, quedaron en manos de
militares o de civiles que apoyaban plenamente la dictadura militar.
Nada estaba permitido, pero Oscar Meilán con 30 años de
edad, continuaba allí con sus fuertes ganas de revolución. Él y sus amigos
militaban en el peronismo de izquierda y representaban la JP, la Juventud
Peronista.
Ellos se seguían reuniendo como amigos, como compañeros,
sabiendo que era nada lo que se podía hacer. Muchos tenían la misma edad,
estaban sus novias y sus compañeras. Se conocían de la escuela.
Continuamente, recibían noticias de compañeros que eran
muertos, desaparecidos, secuestrados o incluso prisioneros. A pesar de ello,
ellos seguían con sus locuras que eran sumamente peligrosas.
La locura descabellada llegó a sus mentes y se les
ocurrió algo para reivindicar la militancia política. Era 1 de Julio de 1976,
día del aniversario de la muerte de Perón.
—¡Algo tenemos que hacer! —exclamó un amigo de Oscar—. No
puede ser que nadie haga nada, que nadie diga nada.
Entonces, se juntaron, con la metodología de la época e
hicieron una panfleteada en Viedma y Patagones, con la Marina gobernando la
provincia y los municipios. Salieron a la mañana temprano, sin miedo y en su
recorrido tiraron un volantito que decía: “Pese a la traición de Isabel y a la
prepotencia de los milicos, Perón vive en el corazón del pueblo”.
Hasta sus compañeros del resto del país los trataban de
locos, pero sin preocupación alguna, ellos lo hicieron.
Vigilancia y persecución
El acto de locura de los pibes desembocó en un conflicto
interno de la Marina que gobernaba la provincia y en el Ejército, donde la
Marina se opuso. Desde allí las fuerzas empezaron con vigilancia y descubrieron
quiénes habían sido los que organizaron la panfleteada. Así empezaron a caer
uno por uno.
El primer muchacho que cayó era un chico de Bahía Blanca
que no había participado con ellos, pero los conocía a todos, vendía libros y
tenía una libretita con los nombres de todos, para cobrarles la cuota de los
libros. Oscar estaba estudiando en la universidad y era uno de sus clientes.
Luego detuvieron a un muchacho que estudiaba Educación Física, que era alumno
de Meilán y que más tarde fue exiliado en España.
Así fueron secuestrando uno a uno. A algunos los agarraban
de camino al trabajo y a otros en sus propias casas.
¿Dónde están?
La verdad sigue secuestrada
El sistema del momento estaba siendo instalado poco a
poco en Viedma. Entonces, establecieron un programa de secuestros de todos
aquellos que ellos consideraban que podrían significar una oposición al
gobierno de las fuerzas armadas.
Pero, Oscar sabía que lo estaban vigilando. El jefe de la
federal iba casi todas las mañanas donde él trabajaba y lo veía. Nadie sabía
qué iba a hacer en aquellos momentos. Si se escapaban, quedaban todas sus
familias que iban a ser víctimas de lo mismo.
Oscar iba a un gimnasio de un amigo. A veces estaba en el
sauna y se acercaba el jefe de la federal donde él se encontraba.
1ero de Diciembre: Secuestro de Oscar Meilán
Oscar y su señora, a la que apodaban “la Chiqui”, tenían
dos hijos muy pequeños: Sebastián, que había nacido en 1974 y Guadalupe en
1975. No alcanzaban a llevarse un año. Meilán trabajaba en la Dirección de
Vialidad de Río Negro y daba clases en los secundarios de Viedma y en el
instituto de educación física. La Chiqui trabajaba en el Instituto de Planificación
de la vivienda.
El primero de diciembre pasando la medianoche, luego de
un cumpleaños, Oscar, su mujer y sus hijos, regresaban a su casa. Llegando,
observaron que empezaron a pasar personas de un lado para otro, algunas con
uniformes y armas largas.
—Volvé Oscar, tengo miedo —dijo la Chiqui asustada.
—Yo no puedo dar la vuelta acá, porque nos van a
acribillar y estamos con los nenes —respondió Oscar—. No te hagas problema,
deben ser los muchachos de la federal que andan vigilando.
Llegaron hasta su casita, pusieron el auto para entrar en
la tranquera. Puso el baby sit donde estaba su hija menor en el borde del auto
y a Sebastián lo acostaron al lado del freno de mano. Ahí los hicieron bajar,
los encapucharon enseguida con una bolsa de arpillera y de ahí los
secuestraron.
Los subieron a la camioneta de la federal y en una de las
curvas camino al aeropuerto los hicieron bajar y arrodillarse en la ruta.
—Despídanse porque los vamos a fusilar —gritaron los
federales.
Amartillaron las armas y el mero instinto hizo que le
pareja se tomara de la mano. Pero había sido una mentira que sólo aceleró
increíblemente los pálpitos de sus corazones.
Luego los subieron a un Falcon y se los llevaron a un
centro clandestino en Bahía Blanca.
El centro clandestino, el dolor y años desaparecido
A los 16 días del secuestro, a la Chiqui la liberaron y
le pagaron el boleto de colectivo para regresar a la comarca. El colectivo la
dejó en plaza Villarino de la ciudad de Patagones y en las condiciones en las
que estaba, apenas podía caminar. Caminando, se caía, se arrastraba, se
levantaba, caminaba. Llegó a su casa, golpeó y ahí salieron corriendo sus
padres para rescatarla. Apenas logró reconocer a sus hijos.
Oscar seguía allí. Lo que hicieron con él, lo hacían con
todos, porque era un plan sistemático e institucionalizado que estaba pensado
de esa manera. Fue lo mismo que se hizo casi en los 500 campos de concentración
que se hicieron a lo largo y a lo ancho del país.
Estando en el campo, él escuchaba todo con detalle y con
el corazón acelerado que hacían derramarle sus lágrimas sobre los pómulos.
Escuchaba a los compañeros, escuchaba el ruido de la patota cuando aparecían;
cuando no le tocaba que lo torturaran a él, escuchaba las torturas de los
demás. Estuvieron con personas que estaban vivas, que estaban con ellos ahí
adentro y que después escuchaban en la radio que habían sido muertos en un
enfrentamiento.
Él estuvo 47 días dentro del campo. Entró con 77 kilos y
salió pesando 49 . Se apreciaba todo el sufrimiento en sus ojos, en sus
heridas, en las pudriciones, en su pelo y en la nariz.
Después de allí, lo llevaron a la cárcel de Villa
Floresta, que se encontraba en Bahía Blanca y ahí estuvo 6 meses. El 22 de
agosto de 1977 lo trasladaron a Rawson en un avión de carga.
El 22 de agosto fue el día en que mataron a los presos en
la cárcel de Trelew. Por la fecha, Oscar pensó que lo iban a tirar al mar. Pero
no lo hicieron.
Libertad y espacio de memoria
Luego de 2 años y medio de estar prisionero, Oscar fue
liberado.
Inmediatamente se puso a trabajar en la temática de
derechos humanos, actividad que ya habían comenzado los padres y los familiares
de los que estaban presos, en Viedma.
“Es importante sacar a la superficie lo que sucedió, y
pelear entre todos por una seguridad democrática. Nunca las fuerzas armadas
pueden recibir órdenes ilegitimas, ellas están para protegernos”, comentó Oscar
Meilán en el diario Río Negro en el año 2013, tras recordar a las víctimas del
terrorismo de Estado en Viedma, a 30 años de la recuperación de la democracia.
20 abril 2024
Viedma