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Faltan unos minutos para el mediodía del viernes y Germán toma la mano de su madre. Se inclina, le habla al oído y ella parece escucharlo. Afuera la vida sigue. Y adentro, en la sala de terapia intensiva del hospital de Cipolletti, se conjugan la angustia, la esperanza, la indignación y el dolor.
Germán es uno de los hijos del ex gobernador de Río Negro, Carlos “el Gringo” Soria, quien murió víctima de un balazo que le descerrajó su esposa, Susana Freydoz. La misma que hace un par de semanas entró en coma tras ingerir un cóctel de pastillas. Ese día el Tribunal que la había condenado dispuso su traslado del centro asistencial a una cárcel común… Y ella intentó suicidarse.
Desde aquella madrugada del primero de enero de 2012 los Soria ingresaron en una debacle que tiene su correlato político. Martín -otro de los hijos e intendente de Roca- vio cómo varios de los que habían sido hombres de confianza tomaban de referente al gobernador, Alberto Weretilneck. Y cómo el senador Miguel Angel Pichetto ganaba terreno en esa suerte de sucesión por los espacios de poder.
Desde entonces están dolidos. Martín la ha emprendido contra ciertos magistrados (otrora blanco de su padre, que los acusó de no investigar al gobierno anterior). Y Germán no se anda con vueltas: “Los mismos que brindaron con champagne cuando murió mi viejo, ahora esperan para brindar de nuevo”, dice a La Tecla Patagonia en supuesta alusión a gente que ya no está en sus cargos.
Los cuatro se muestran unidos y aunque se turnan, Germán y María Emilia (“Emi”) son los de mayor presencia en el hospital. En rigor, a Martín no se lo ha visto por ahí. Cada uno vive en su casa. Y Emilia -la más chica, la que encontró a su padre ensangrentado y la que se sentó al lado de su madre en el juicio- va rumbo a convertirse en la esposa de Mariano Valentín, con quien comparte un romance de varios años. Es más, había venido de Buenos Aires con esa idea.
Germán también vino de esa ciudad, pero hace unos días, y se hospedó en la casa de Martín, con quien mantiene largas charlas en procura de consuelo mutuo. En diciembre de 2012, Martín fue el autor de una frase fuerte: “No sé si alguna vez podré perdonar a mi madre”… El cuarto hermano es Carlos, Carlitos, el otro político de Roca.
La chacra en la que comenzó el ocaso quedó al cuidado de caseros y vigiladores privados que la mantienen a resguardo de la inseguridad y de las miradas indiscretas. Pero los hijos han preferido no vivir ahí por los recuerdos que encierra…
“Para mi viejo era su lugar en el mundo”, cuenta Germán y recuerda que no se iba de vacaciones para pasar más tiempo con su verde, sus caballos y sus perros. Los hijos no se quedan a dormir, pero han decidido conservarla, preservarla. Y, de hecho, sigue siendo el lugar en el que se reúnen los fines de semana, con asado de por medio.
Ubicada a unos 10 kilómetros de la ciudad cuna del clan, la chacra de Paso Córdova, tiene una casona con ambientes atractivos y rejas interiores que recuerdan la obsesión que “el Gringo”, ex director de la Side durante la gestión de Eduardo Duhalde, tenía por la seguridad.
“El Gringo” fue un hombre temperamental e impulsivo que supo templarles el ánimo. Pero hoy están bajo tratamiento psicológico. A Emilia se la ve quebrada, y no disimula sus lágrimas cuando sale de ese centro asistencial por el que no se ha visto desfilar a viejos laderos del Gringo. Weretilneck lo llamó por teléfono a Martín y se dijo preocupado, pero todo terminó ahí. Hay quienes están decepcionados… Y sienten que varios les dieron la espalda.
Por el hospital también pasa Ana María, la hermana de Freydoz que vive en Allen y en cuya casa incurrió en la primera sobredosis de fármacos de uso psiquiátrico. Es por ese antecedente que Emilia y Germán se preguntan: Cómo es que nadie pudo evitar que volviera a intentarlo, cómo es que pudo acopiar pastillas en la sala de salud mental donde cumplía condena, cómo es que no dormía y nadie se daba cuenta... Interrogantes que deberá resolverse en el expediente que inició el fiscal Oscar Cid para establecer si hubo instigación.
Freydoz está ahí, junto a otros 4 pacientes, y Germán arremete: “Quieren hacer creer que la familia busca la impunidad de Susana, que busca que no cumpla su condena. Pero eso no es así, lo que queremos es que nos garanticen que no va a aparecer colgada en una celda. Que cumpla su condena, pero que se garanticen sus derechos”.
Por lo bajo, en la Justicia cipoleña admiten que se sobresaltaron cuando Freydoz fue trasladada de lo de su hermana al hospital; y que se persignaron cuando conocieron el nuevo intento de suicidio. La causa la llevan con particular celo para evitar filtraciones y se limitan a informar lo que todos saben: Que, acompañada por el abogado Alberto Ricchieri, Emilia se presentó en las fiscalías para pedir que se investigue el proceder de la psiquiatra Alicia Hermida, operadora del hospital.
También actúan con celo las policías que custodian a Freydoz y procuran que no haya curiosos en los pasillos de la sala de terapia.
En Cipolletti cuentan que Susana seguía pendiente de la estética y que contaba con elementos para hacer gimnasia dentro de la sala que sólo compartía con su acompañante terapéutica. La actividad física era parte del tratamiento… Comentan que su condición de condenada no le hizo perder el carácter fuerte, y que detestaba la custodia policial (de dos agentes por turno).
Ni siquiera la admitía cerca en aquellas noches de verano en las que caminaba junto a su terapeuta por los patios internos del hospital. “La policía miraba de lejos, o todo lo lejos que se puede estar. Y ella caminaba de zapatillas, con ropa de gimnasia, muy bien peinada, siempre de negro y con la mirada clavada en el piso. Le digo más, una noche hasta llevaba puestos anteojos negros”, confió un habitué. Por todo lo que representa, Susana era y es una paciente que incomoda.
Hasta su último intento de suicidio, Freydoz pasaba sus días en una habitación relativamente amplia, con buena luz natural, y sin restricciones para el uso de radio o Tv por cable. También tenía acceso a diarios y revistas. Estaba sedada, recibía la visita de sus familiares y seguía aferrada a la idea de quitarse la vida. Prefería matarse antes que afrontar el frío de una celda, en el universo intramuros.
Los jueces habían resuelto derivarla al penal de Roca tras analizar el dictamen de tres peritos que advirtieron que Freydoz -quien conoció a Soria en su adolescencia y forjó un carácter como el de él- había intentado simular una patología más grave que la que en realidad tenía.
En su oportunidad, el cuerpo médico forense había hablado de un ”episodio depresivo grave sin síntomas psicóticos”, y de “valores que tomados aisladamente indicarían un riesgo moderado de suicidio”.
Los celos enfermizos de Susana, las reacciones del Gringo y hasta las rencillas más íntimas de la vida conyugal quedaron expuestas durante el juicio oral que padecieron los Soria. Y ahora esto.
Ahora es viernes 19 de abril. Ella sigue en terapia y Germán repite el doloroso ritual de la visita. Los familiares de los otros pacientes lo miran. Saben que es uno de los Soria, pero no se animan a preguntar. Entonces él entra, le toma la mano, le habla y ella parece escuchar.

15 diciembre 2025
Río Negro