¿Regreso a la presencialidad? Hacia una pedagogía del reconocimiento

Por Brian Richmond (Politólogo, docente y becario doctoral del CONICET)

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¿Qué significa estar presente? Este interrogante me invadió al observar que una de las devoluciones que recibíamos los/las docentes durante la virtualidad por parte de estudiantes y sus familias era que habíamos estado “muy presentes”. Ustedes podrán advertir como lo hice yo cierta paradoja en ese enunciado, en tanto venimos pensando a la virtualidad precisamente como lo contrario de la presencia(lidad). Me inquietaba entonces averiguaren qué consistían estas modalidades ausentes de la presencia que se nos atribuían y que traspasaban las fronteras entre ambos formatos pedagógicos. 


Lo primero que uno piensa es que se trata de un “estar presente” (así, entre comillas) en sentido figurado. Sería entonces una manera de decir que los/las docentes estuvimos atentos, comprometidos y abiertos a las necesidades de nuestros educandos en un contexto por demás delicado. La contención, el acompañamiento y el involucramiento habrían sido así algunas de las formas de “hacerse presente” en la virtualidad, como intento de suplirla falta de presencialidad real. Sin embargo, partir de un sentido metafórico conlleva siempre la dificultad de tener que definir el significado original del que deriva, por lo que debemos preguntarnos ahora acerca de la literalidad de la presencia.


Una manera de hallarla podría ser intentar averiguar a qué se están refiriendo los medios, funcionarios y pedagogos cuando hablan del “regreso a la presencialidad”. La tarea resulta más compleja de lo que parece, puesto que nunca (o casi nunca) se nos da una explicación certera de lo que semejante fenómeno significa, y a cambio se nos ofrece llenar el vacío apelando a nuestro sentido común. Pero, ¿es tan obvio como parece?


El solo hecho de reunir a una multiplicidad de cuerpos en un edificio escolar parece una manera por lo menos limitada de considerar a la presencialidad, y de pretender generarla. La presencialidad no es un lugar al que se va y se vuelve, y tampoco uno está presente para los demás sencillamente porque sus cuerpos coincidieron en una escuela como en la parada del colectivo. Sabemos que aquí hay algo que falta y, aun así, debemos admitir que los cuerpos funcionan como un referente que sirve, al menos, para suponer la presencia del otro. 


En este sentido, una de las dificultades más grandes con las que se enfrentó la burocracia escolar durante la virtualidad fue la de buscar la manera de “pasar lista” a los estudiantes, pues el registro de presencias (y de ausencias) suele hacerse sobre la materialidad de sus cuerpos. Es en el nivel superior donde más se ensayaron formas alternativas de registro, puesto que allí cierto porcentaje de asistencias adquiere el estatus de “requisito para acreditar la cursada”. Desde monitorear la cantidad de visitas del usuario de cada estudiante a la plataforma hasta pedirles en plena clase virtual que ofrezcan una prueba de presencia encendiendo su cámara, ninguna de estas estrategias resultó del todo satisfactoria o convincente. 


El regreso a la presencialidad plena, se supone, acabaría con esas dificultades en tanto un cuerpo en el aula solo puede estar presente o no, evitando así las maneras espectrales de (no) estar que ofrece la virtualidad. Podríamos entonces volver a “pasar lista” sin grandes dificultades, aunque me temo que eso no asegurará ninguna presencia y ni siquiera, en el fondo, la podrá registrar.


Sucede que estar presente es algo más que ubicar el cuerpo en un lugar. De hecho cuando utilizamos la expresión “ir a hacer presencia” intentamos decir exactamente lo contrario, pues las expectativas sociales nos empujan a ir a mostrarnos en determinados eventos aunque no tengamos ninguna intención de que nuestra existencia participe de ellos. Si nos fijamos bien, aquí ya estamos utilizando en un sentido figurado el significado que considerábamos literal de “presencia”: poner el cuerpo en un lugar. Ocurre que la literalidad es en realidad la primera de las metáforas, lo que en este caso significa que la “presencialidad” puede pensarse como una primera forma de virtualidad. 


Si de cumplir con una expectativa social se trata no debe haber mayor expresión de eso que el hecho de “tener que ir a cursar” o “tener que ir a la escuela”. Los pibes y pibas se ven obligados así a pasar gran parte de sus días en un evento al que nadie los invitó, pero al que paradójicamente tienen que ir a hacer presencia. Por eso para quienes pensaban que el problemita de las “asistencias” por zoom se iba a solucionar cuando se vuelva a la presencialidad tenemos malas noticias: los pibes también nos “apagan la cámara” en el aula.


Para no recurrir a los ejemplos más obvios de quienes se duermen apoyando la cabeza sobre el banco o los que están toda la clase mirando su celular, podemos referirnos a formas mucho más diplomáticas de no estar presente en el aula. Pensemos en ese cuerpo bien erguido sobre el pupitre cuando damos una clase, en el que no para de rebotar una cabeza en gesto de total asentimiento mientras sus ojos no se pierden uno de nuestros movimientos y su boca emite un oportuno “ajam” cada vez que terminamos una frase. En su mano nos muestra una lapicera que mantiene suspendida en el aire siempre a punto de atacar un papel que, sin embargo, persiste en una blanquitud inalterable.


Uno puede elegir pensar que ahí sentado se encuentra el mejor alumno que tiene, pero a lo mejor sea más sincero aceptar que ese pibe hace rato que no está ahí; que dejó su cuerpo en el aula desempeñando el papel de alumno ejemplar y se fue con su mente a un lugar donde la está pasando mucho mejor. Ahora bien, si nosotros identificamos esa ausencia y aun así elegimos continuar ejecutando nuestra clase magistral es porque ninguno de los dos está ahí para el otro. Pero entonces ¿de qué presencialidad estaríamos hablando, si lo que tenemos es un aula vacía sobre la que se están proyectando cuerpos virtuales? Cuando algunos docentes dicen “sigo con los que me siguen” están asumiendo que dejan a los demás en un lugar de virtualidad, pero tampoco tienen garantías de que sean los únicos que estén en ella.


Sea como fuera tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a los resultados, pues no hay mayor registro de “ausencias presentes” de una cursada que la cantidad de entregas en blanco en un examen. Entonces allí, aunque finjamos desconcierto ante tanta ausencia y culpemos a los estudiantes por su falta de responsabilidad, de estudio y de condiciones; en el fondo sabemos que esos eran los resultados esperables de nuestro repertorio tradicional de enseñanza. Y lo peor es que no se trata ni siquiera de una falta de moral docente, pues de alguna manera habríamos respondido a las expectativas básicas que la institución deposita en nosotros. Ocurre que hasta la moral misma se construye a través de la reiteración de rutinas y rituales como estos, que a la larga se tornan virtuales porque van perdiendo toda capacidad de interpelación. Ahora bien, la pregunta es ¿Cómo romper con esta virtualidad que está operando incluso en la presencialidad?


 Imaginemos que estamos viendo un programa en la tele o un video en instagram y aparece alguien del otro lado diciendo “Hola amigos ¿cómo están?”. Creo que no hace falta aclarar que a nadie se le ocurriría responderle a esa persona, por dos sencillas razones: se trata de una pregunta retórica puesto que no hay forma de que esa persona nos esté hablando a nosotros y ni siquiera va a poder escuchar nuestra respuesta porque ella no está ahí, es una simple proyección. Pero si de repente esa imagen virtual dirige su mirada justo hacia la nuestra y empieza a llamarnos por nuestro nombre entonces pensaríamos que se produjo una especie de brujería que hizo que esa persona verdaderamente esté ahí, que nosotros existimos también para ella y que deberíamos pensar en responderle. Pues bien, esa es la brujería (o la magia)que produce el reconocimiento del otro y no debemos pensar que nuestros alumnos/as la viven de manera muy diferente en el aula. 


Ahora bien, ¿este reconocimiento solo se puede lograr a través de las clases “presenciales”? Ya hemos visto que no, puesto que la virtualidad nos ofrece una amplia variedad de plataformas que nos permiten estar presentes para nuestros estudiantes también de manera remota. A su vez, ese reconocimiento genera un lazo de reciprocidad en ellos/as que los hace estar presentes en la virtualidad sin necesidad de que le tengamos que exigir “pruebas” de su presencia. Se trata, por lo tanto, de buscar la manera de cautivarlos y no de mantenerlos cautivos con dispositivos de vigilancia.


A lo mejor nos cueste admitir que en algunas ocasiones y para algunos/as estudiantes somos como el sujeto del video que repite frases hechas, y que en realidad no estamos ahí para ellos/as aunque hayamos logrado retenerlos en un zoom o en un aula. Pero reconocer esa virtualidad en la que estamos actuando es el primer paso para construir una presencialidad significativa, en la que el pibe pueda pasar de “hacer presencia” a “estar presente”. Para eso tiene que sentir que tiene algo para ofrecernos, y eso rara vez se logra si no reconocemos sus habilidades y conocimientos previos como un valor único para nuestras clases.


Pero hasta ahora solo hemos analizado la importancia del reconocimiento mutuo en el vínculo educador-educando, y bien sabemos que el sostenimiento del sistema educativo no puede reducirse a esta relación. Deberíamos hablar también (y quizás, sobre todo) delos efectos que (la falta de) el reconocimiento por parte de la sociedad y el Estado generan en nosotros/as como docentes, pues ambos están íntimamente relacionados. Resulta evidente que los/las educadores/as no podemos estar produciendo y sosteniendo una multiplicidad de presencias solos/as, y que necesitamos un respaldo que nos haga sentir que todo nuestro esfuerzo valdrá la pena.


No me estoy refiriendo solo a la dimensión salarial, pues ¿Cómo sentir, por ejemplo, que estamos presentes para los demás cuando se nos acusa de habernos tomado un año sabático? ¿Cómo ejercer una presencialidad plena en las clases si seguimos siendo “virtuales” para la sociedad? ¿Cómo sentir que nuestro trabajo es algo más que una guardería donde retenemos a los pibes/as hasta que sus adultos responsables salen del trabajo, si a veces parece que eso es lo único que importa? Después de observar este tipo de valoraciones hacia nuestro rol está claro que si no fuera por el reconocimiento que recibimos de los/as pibes/as, muchos docentes hace rato que habríamos dejado de intentarlo.


Cuando empecemos a pensar a la presencia en términos de reconocimiento, más que de corporalidad, el gran debate educativo actual entre “virtualidad” y “presencialidad” se volverá secundario y las fronteras entre ambos formatos se revelarán difusas. Ojo que no estamos sugiriendo que la corporalidad en el aula no sea importante. Ella es una de las dimensiones fundamentales de la presencia, pero no es la única instancia educativa que exista ni que haya existido en la historia de la educación ¿O acaso la rutina escolar tradicional que incluye dar “tarea para la casa” no es una propuesta pedagógica mixta, en tanto combina presencialidad con otras estrategias no presenciales?


Parece que la verdadera discusión sobre la presencialidad radica entonces en el tipo de proyecto político-pedagógico que se va a llevar a cabo a través de esos formatos, y que seguirá dependiendo en última instancia de la capacidad de reconocimiento mutuo que se genere entre todos los actores del sistema, empezando por el Estado. En otras palabras: hay que construir presencias, no fijar su perímetro.


Tampoco se trata de implementar una estrategia motivacional al estilo coaching, puesto que el fenómeno no funciona cuando es orquestado. Tiene que ser un reconocimiento sincero y recíproco, en el que la materialidad de los cuerpos se vea atravesada por la emoción de estar construyendo un horizonte común más allá de las distancias físicas. Se trata, ni más ni menos, que de una invitación a ser con los demás y en los demás. Puede sonar utópico, pero solo vamos a lograr que la siempre hipotética presencia del otro sea una realidad cuando en ella también nos podamos reconocer a nosotros mismos. Entonces sí podremos decir que rige una plena presencialidad educativa, más allá de los formatos.

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