*Por Juan Pablo Gorosito
Hay un consenso bastante extendido de que la marcha federal universitaria del martes le marcó algún límite al gobierno de Javier Milei. De hecho, los mensajes en la realidad real y en la realidad virtual mostraron por primera vez desde la irrupción del personaje en la agenda pública una considerable falta de reacción de trolls libertarios pagos y orgánicos que se explica en la carencia de argumentos para sostener la cruzada anti educativa.
Cómo va a reaccionar el gobierno nacional es una incógnita, y esa es la novedad. Ante cualquier situación semejante, como las marchas de la CGT y el 24 de marzo, optó previsiblemente por profundizar la crítica, acelerar la desconsideración y la crueldad, y sostener la cruzada de violencia discursiva contra los colectivos populares. Operó una novedad en el conflicto universitario: el gobierno y en especial Milei, se mostró nervioso en los días previos, como sabiendo que corría riesgo de despistarse en sus maniobras alocadas con exceso de velocidad en las curvas peligrosas. Las crónicas del día después anotan que ese nerviosismo se replicó en la post marcha.
Lentamente el recurso de la casta, los curros, los mismos de
siempre, los zurdos, los periodistas ensobrados, los empresarios prebendarios,
los defensores de privilegios, va perdiendo efectividad. Es lógico. A pesar de
que el presidente es una novedad histórica por formas, aunque no por fondo, los
enamoramientos no son eternos. En política, el amor al líder populista se
sostiene a partir de dos premisas, el lazo con el pueblo y la identificación y
lucha contra un enemigo, sea este real o armado para la ocasión. El amor del
pueblo se pone en crisis cuando la calidad de vida, el acceso a bienes y
servicios y la imposibilidad de alimentar a los propios de grandes sectores de
la población siguen creciendo como temas cotidianos y ocupan una porción cada
vez más grande de la agenda. En relación al enemigo ocurren cosas similares, es
una lucha que incluso quienes apoyan al gobierno estarán dispuestos a dar en
tanto obtengan una recompensa no sólo simbólica, sino también material, que en
muchos casos se traduce en cosas tan simples como tener asegurado un plato de
comida.
A Milei empezaron a vérsele en forma muy nítida los hilos. La estrategia comunicacional y política es repetitiva y por eso aburre, cansa y desenamora, porque es siempre lo mismo. Toma un hecho puntual cierto o al menos con verosimilitud y desde allí generaliza para crear sentido común. Si hay diez planes sociales mal otorgados, todos los planes sociales están mal otorgados, son todos chorros y por lo tanto deben darse de baja. Parte de una premisa cierta o verosímil pero llega a una conclusión falsa, y consciente de esa falsedad carga las armas mediáticas y de redes sociales para imponerla como verdad revelada. En el caso de las universidades apeló a la presunta corrupción que merecía auditorías, pero la operación fue tan burda y sin sustento que la respuesta fue abrumadora.
Da la sensación de que el martes pasó algo. Milei tiene a favor el descrédito y la falta de legitimidad de quienes protagonizaron la política nacional en la última década, la década perdida. Cada aparición de los mismos nombres de siempre lo hace subir en las encuestas. Algunos de esos políticos parecen no advertir que no es momento de aparecer, que por ejemplo en la marcha del martes nadie les pidió que estuvieran en el palco ni dieran discursos, ni nada por el estilo. En la política, como en la vida, hay que saber esperar, administrar el ego y saber cuándo reaparecer.
En estos días veremos si Milei profundiza su modelo
hiperideologizado de confrontación permanente o por el contrario aplica una
dosis de racionalidad y pragmatismo para sacarle la pata de encima a una
sociedad que empieza a animarse a fijarle límites.
*Periodista
16 noviembre 2024
Opinion