Omar Goye llegó a la Intendencia de Bariloche bajo el inmenso paraguas triunfal del Frente para la Victoria; se impuso en las elecciones con un 30% de los votos. La idea del cambio, junto a la posibilidad de poner al gobierno nacional, provincial, y municipal en la misma vereda se transformó en un convite difícil de eludir para electorado local, cansado de gestiones que estuvieron por debajo de sus expectativas. Las cuentas pendientes y postergaciones podían, por fin, llegar a borbotones.
El discurso sobre los beneficios de la “alineación” no sólo fue vertido como herramienta para convencer a los vecinos, sino además, fue utilizado como explicación de un programa de gobierno luego de la victoria. El crujido de las pesadas puertas de los Ministerios Nacionales, que sólo podrían abrirse con el guiño de la Presidenta, se transformó en la esperanza más firme de esta gestión. Cristina fue una especie de ilusoria prolongación del timón que podía direccionar el rumbo de la ciudad.
El arribo a la Intendencia, su discurso y posterior dramático desenlace, fueron partes de una historia que confirman que la anuencia con el sentido centralista de gobierno y el verticalismo propuesto por el gobierno nacional orillan lugares absurdos y contradictorios con premisas republicanas.
Esa construcción de desmedida dependencia representó un claro desprecio por el federalismo, los liderazgos locales, por sus autonomías, por la esencia del dirigente que está obligado a construir espacios políticos fornidos desde las bases para conquistar objetivos para su ciudad. La espalda se ensancha en casa, y la fuerza política real siempre viene de la gente. Y para ser rigurosos con los términos que se utilizan para graficar una situación, merece señalarse que el concepto de “alineados” aparece como un eufemismo ante este escenario; quizá algo liviano. Los gobiernos locales y provinciales no se alinean al nacional, se alienan, se incrustan, inmolan, o, peor, se deshacen dentro del gobierno nacional.
Y la escena final de la secuencia que tuvo como protagonista al Concejo Municipal y la suspensión de Omar Goye fue el punto más aleccionador sobre las consecuencias que tiene esta forma de interpretar la política. El hombre que ganó por el potenciador sello “K”, que dirigió sus brazos siempre hacia Buenos Aires, y que sostuvo una imperturbable subordinación a las directivas nacionales, recibió el mayor sacudón imaginable: la persona que se encumbra en la cúspide del centralismo le bajó el pulgar. Y ya nada fue igual. Las fichas empezaron a caer.
La voluntad de resistir por parte del Intendente no tuvo efecto porque el vínculo con la gente estaba ya deshilachado. La tibia apuesta al localismo apareció tardía, y la espalda para soportar ese embate estaba demasiada escuálida y raquítica.
Porque es cierto que el Concejo definió la suerte del Intendente, con sus respectivos argumentos, y más allá que la gestión del Intendente estuvo muy por debajo de las expectativas sembradas en la gente, es innegable que la primera ficha del dominó que terminó con la suspensión, fue empujada por los dedos del Gobierno Nacional. Es que una reina -tantas veces reverenciada-, molesta por su gestión, deseó que se vaya. Y el Intendente se fue.
Daniel Federico Pardo
Ex concejal Bariloche PPR
FUENTE: Bariloche 2000
16 noviembre 2024
Opinion