La realidad nos está mostrando que se está agotando –por sucesivas crisis sin resolución- el sistema de producción primaria, que sustentó en gran parte la vida de esta provincia, desde las primeras décadas del siglo pasado, sin que nadie se anime a dictar el certificado de defunción, pero con pocos sujetos de peso político dispuestos a sostenerlo y reactivarlo. Esto último sería lo mejor, ya que siempre hay esperanzas hasta segundos antes de la muerte…
La paulatina desaparición de productores genuinos y experimentados, de explotaciones chicas y medianas, sin recambio generacional, es un fenómeno que nos debe preocupar. No son reemplazables, como se pretende, por los inversores que se incorporan a la actividad mediante grandes extensiones.
Estos actores principales desaparecen de la escena, porque la actividad ha perdido rentabilidad y producir, en las actuales condiciones, es un pasaje al fracaso, a la ruina.
Estamos perdiendo al principal actor; al del sacrificio, al de los saberes empíricos, a los que tenían y tienen una interrelación íntima con los factores naturales, a los de mente abierta y dispuesta para aprender lo nuevo y llevarlo a la práctica.
Me estoy refiriendo a los productores de las zonas de los valles irrigados, pero también de los sufridos de las estepas de la Línea Sur, castigados estos por los rigores climáticos y la falta de incentivos y cuidados de políticas adecuadas. Gente constante, generadora y distribuidora de riqueza en su propia zona.
Estas actividades han sido vigas maestras, sostenes principales, de la vida rionegrina, complementadas con los aportes de la minería y el turismo.
Es alarmante la pasividad de los gobernantes provinciales ante el proceso de deterioro del sistema productivo de la mano de políticas y decisiones nacionales de negativo impacto.
Pareciera que la falta de reacción es premeditada, como si en sus planificaciones ya estuviera pautado el progresivo avance hacia otro tipo de economía, como puede ser la extractiva, la de los hidrocarburos y hasta de la megaminería.
No dejamos de tener en cuenta el fuerte e influyente impacto de la formación Vaca Muerta y la intensa promoción que hacen las autoridades neuquinas de supermillonarias inversiones en dólares –nunca verificadas en los hechos- que desde todos los lugares del mundo planean aterrizar en la vecina provincia.
En una provincia como Río Negro, cuyo Estado arrastra una crisis financiera desde hace años, resulta una tentación casi irresistible –sino se tienen los objetivos claros- intentar subirse a la ola turbulenta que se genera en Neuquén. Siempre es más simple, cómoda y casi sin riesgos un sistema rentístico que uno productivo.
Vemos que nuestras autoridades comparten este sueño. Pero además, el territorio rionegrino recibe el impacto negativo de la bonanza vecina. Veamos el progresivo proceso de urbanización de localidades valletanas, en desmedro de chacras en producción, mediante loteos caros con demanda sostenida; la permisividad para que espacios productivos sean tomados como zonas de exploración y explotación de gas y petróleo, sin tener en cuenta la incompatibilidad entre el proceso extractivo y contaminante, con la producción de fruta fresca, de exportación y sometida a procesos de verificación de sanas prácticas productivas.
Se argumenta que en varios países del mundo conviven estas actividades, sin colisiones. Pero, aunque parezca una perogrullada, debemos advertir que estamos en la Argentina, querido país en donde el Estado es ausente en muchos aspectos, entre ellos en el control del cuidado del ambiente. Por algo la YPF estatal de antaño, fue una de las empresas que mayor desastre ecológico ha producido. Un país en donde los gobernantes confunden con alarmante facilidad sus intereses con los de las empresas particulares y tienen una especial “devoción” por los inversores.
Mucho más podríamos reflexionar y relatar sobre este fenómeno vertiginoso que estamos presenciando y de alguna manera sufriendo.
Por eso el planteo de los primeros párrafos: La necesidad de replantearnos qué tipo de provincia y de sociedad queremos para el futuro. Si queremos actividades relacionadas con la tierra, el agua dulce y la producción de alimentos, deberemos desandar un camino y retomar otro que tiene raíces históricas, generar políticas de promoción y si hay que subsidiar para reactivar la producción, hacerlo con decisión y continuidad. El mundo nos ofrece mercados, para los bienes frescos que por aquí se produzcan, en base a conocimientos empíricos y nuevos, a tecnologías modernas y a planes estratégicos. Es un gran debate, que debe cruzar a toda la sociedad y sus organizaciones.
Pero si quienes gobiernan pretenden un camino más corto para la obtención de fondos y salvar alguna gestión efímera, sin importar los impactos negativos ni cercenar líneas culturales y productivas históricas, entonces que notifique sus decisiones a los rionegrinos, aunque creemos, estamos seguros, que decisiones de este tipo no soportarán el juicio crítico de las generaciones futuras.
16 noviembre 2024
Opinion