Peronistas o liberales; populistas o neoconservadores

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Nos guste o no cada uno de los candidatos, les creamos o no, lo cierto es que no están solos. Detrás de ellos hay una historia, una propuesta de gobierno, una trama política que los trajo a este presente y que los condiciona. Entonces, la propuesta es invitarlo a pensar juntos cuáles serían las respuestas de cada una de estas fuerzas frente a lo que entiendo es el gran problema de nuestra economía hoy: la famosa “restricción externa”. Que no es otra cosa que cuando los dólares que genera la economía por la venta de sus productos (exportaciones) no alcanzan para pagar las cosas que se necesitan (insumos, bienes de capital y de consumo), y para beneficio de sus habitantes (turismo, ahorro).

El macrismo nos dice que la receta es muy sencilla: en el mundo abundan los dólares que tienen ganas de radicarse en el país a partir de que exista un gobierno confiable, con lo cual se terminaría rápidamente esta escasez de la moneda verde. Y hasta ahí, tiene razón: con un gobierno “confiable” (o amigo) esos capitales están dispuestos a venir al país. Pero… todo tiene un costo. “No hay cenas gratis en economía”, dicen los economistas. Al final alguien tiene que pagar la cuenta. Ya veremos a quién le toca.

Primero, esos dólares no vendrán “gratis”; tienen un costo. Segundo, implica reanudar el ciclo del endeudamiento externo con una finalidad puntual: sostener el gasto superfluo de la economía argentina. No para comprar tecnología o para construir infraestructura sino para bienes suntuarios, viajes al exterior o ahorro. También vendrán para comprar “activos nacionales”: empresas, campos, lugares claves de la economía. Eso tampoco está mal en sí mismo. El problema radica en que primero van a presionar por una devaluación para que sus dólares puedan valer más y comprar esos activos más baratos. Y después, la maximización de las ganancias, el giro de utilidades a las casas matrices. En el Alto Valle, la transnacionalización de la fruticultura (Expofrut, Salentein, Moño Azul, están en manos de capitales europeos), trajo más problemas que soluciones. No llegaron las inversiones prometidas, achicaron los márgenes de los precios para la compra de materia prima, achicaron los planteles de empleados y las inversiones se realizan en el exterior.

El Modelo Macri se choca con su “restricción interna”: en una primera época puede generar una ilusión de “bienestar” en su clase social de referencia, la clase media, por esta abundancia de dólares a partir de endeudamiento y la llegada de capitales golondrinas. Pero rápidamente lo empezarán a sufrir los que tienen ingresos fijos (asalariados), que no participan de la fiesta del endeudamiento pero la pagan con el achicamiento de sus salarios, aumento en los precios de los bienes de primera necesidad, suspensiones y despidos. El ciclo de los ’90 con Carlos Menem y Fernando de la Rúa pudo mantenerse mientras duraron las condiciones de endeudamiento nacional. Cuando los acreedores decidieron que Argentina ya no era “sujeto de crédito” porque veían que no les iba a poder pagar, el castillo se derrumbó en pocas semanas. En síntesis: lo que al principio parece un jolgorio termina en pesadilla para la gran mayoría: los asalariados en primer lugar; pero también para los pequeños y medianos ahorristas.

En cambio, el sciolismo nos propone un camino que en principio supone algún que otro sacrificio. Como trabajar. Pero que termina siendo mucho más seguro para todos. Y distribuye mejor los esfuerzos. Hay que hacer correcciones al actual modelo vigente porque paraliza las economías regionales, dicen muchos. Y tienen razón. El mismo Scioli lo reconoce en público. Y hay que atender las necesidades de una clase media en ascenso. 
Desde este lado, el “Modelo Sciolista” entiende que no es posible enamorarse de las herramientas macroeconómicas. Se aspira a volver a hacer competitivo el modelo económico sin perder de vista la defensa del mercado interno y el empleo de los trabajadores argentinos. Si garantizamos el empleo, garantizamos el consumo; y así se garantiza la rentabilidad empresaria, las inversiones y el mantenimiento de la economía.

Por eso, a la hora de votar hay que ser terriblemente pragmáticos. El 22 de noviembre tenemos que pensar en el interés propio. Tenemos que preguntarnos qué nos ofrece cada candidato y cómo me afecta. Votar en defensa propia. Para quienes dependemos de nuestro trabajo y tenemos ingresos fijos, Macri nos genera incertidumbre. En cambio, Scioli representa una oportunidad de seguir construyendo un país en el que todos nos sintamos parte. Para otros, Macri es la garantía de comprar dólares, comprar bienes en el exterior y achicar costos nacionales; en cambio, Scioli representa la continuidad de una política que detestan.

Las opciones están más que claras.

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