Tres décadas atrás, el ex presidente señalaba este punto estratégico para nuestro país, equidistante entre La Quiaca, la península Antártica y el extremo de la plataforma continental que la ONU ha reconocido recientemente. A propósito, viene bien apuntar que luego de un trabajo de veinte años de política exterior -que reafirma nuestros derechos sobre la plataforma continental al incorporar 1.700.000 kilómetros cuadrados más a los que Argentina ya tenía- el nuevo mapa del país, reconocido por la Comisión del Mar de Naciones Unidas, pone inmediatamente a Viedma como el centro equidistante de su territorio continental y marítimo.
El Nuevo Distrito Federal (Viedma, Carmen de Patagones, Guardia Mitre) elegido por Alfonsín para concretar su sueño federal representa hoy, en consecuencia, un punto central de nuestra la geografía, con el mar como uno de sus ejes, donde comienzan a desarrollarse iniciativas como “Pampa Azul”, proyecto votado unánimente por las dos cámaras del Congreso, que busca fortalecer la presencia argentina en el dominio del espacio marítimo con el fin de consolidar el dominio efectivo sobre los recursos naturales y brindar apoyo científico a la política exterior en el Atlántico Sur. Paralelamente, este proyecto busca acompañar las acciones sobre el territorio antártico en torno al cual Inglaterra pretende ejercer jurisdicción a partir de proyectar su nula y fraudulenta soberanía desde las islas que pertenecen al exclusivo dominio argentino.
Por ello debemos pensar nuestra región desde una perspectiva hemisférica y comprender la importancia geopolítica de esta inmensa porción del Océano Atlántico. Por ejemplo, ante un eventual bloqueo del canal de Panamá, el paso por el cabo de Hornos será siempre un punto vital para el comercio y las comunicaciones, más aún si pensamos en la construcción de barcos que en la actualidad y con más énfasis en el futuro, por su tamaño y aptitud para la navegación, tendrán en este paso el único que podrá resolver sus necesidades de desplazamiento.
La valiente determinación que Alfonsín anunció un 16 de abril, hace ya 30 años, adquiere hoy una dimensión histórica de proporciones poco comparables con otros hechos sucedidos en la historia reciente, y en un contexto político que un año después provocaría el primer alzamiento de los carapintada.
Su iniciativa fue, sin dudas, y en muchos aspectos, correspondiente con las condiciones de un hombre preclaro para su tiempo, un dirigente con las convicciones necesarias para asumir los riesgos que significa enfrentar no sólo a los poderes fácticos sino también a las construcciones simbólicas que los sostienen.
La visión estratégica del ex presidente, a tan sólo 4 años del conflicto de Malvinas, y en momentos en los que el Tratado Antártico se veía amenazado por el avance fáctico de las potencias mundiales, implicaba un posicionamiento geopolítico audaz, pero concreto. Una apuesta hacia la política exterior, pero con profundas implicancias en la política nacional.
La iniciativa de mover el centro político-administrativo federal, implicaba también desarmar el centro de gravitación de la visión centralista y unitaria de la Nación, que atentaba y atenta aún hoy contra una real integración del territorio y el desarrollo de las economías regionales.
Se trataba de cambiar un esquema ya anquilosado y autodestructivo para el país por una estructura de integración federal, por eso Alfonsín eligió una metáfora fuerte: habló de sur, de mar y de frío. Y en esa imagen -que podría resultar desoladora- sintetizó la potencia de un territorio olvidado y deshabitado.
Quizá haya sido ese frente, el de la coyuntura doméstica, el que Alfonsín no supo advertir ni ponderar. O quizá sí lo haya hecho, pero decidió asumir los riesgos que las decisiones importantes muchas veces conllevan.
Todos sabemos que la integración territorial deriva en la integración simbólica e identitaria de los pueblos como punto de partida del crecimiento sostenido de las naciones. A veces, requiere la valentía de proponer alternativas audaces que sacudan las piezas del tablero de la realidad -siempre desde la realidad-, para recomponer el juego.
Alfonsín propuso desplazar el eje del puerto, del centralismo porteño, como el histórico organizador de las fuerzas económicas y políticas de la Nación y fundar uno nuevo. La propuesta esta disponible para nosotros, los hombres de este tiempo.
16 octubre 2024
Opinion