Cuando Néstor Kirchner ganó las elecciones, en Argentina había un 25% de desocupados, una deuda externa de 180 mil millones de dólares (cada argentino nacía debiendo 4500 dólares), el Estado apenas pagaba salarios a costa de más endeudamiento, recortes presupuestarios en salud, educación, y jubilaciones, el país repleto de cuasimonedas (Lecops y Patacones), cierra de fábricas, y cientos de miles de personas que abandonaban el país por falta de trabajo.
Al asumir Cristina Fernández de Kirchner, la pobreza había bajado 30 puntos, la indigencia a menos de la mitad, y la desocupación estaba en un 11%. La mortalidad infantil, había pasado de 66 por mil a 24, y la deserción escolar descendió un 30%. Por supuesto, no desapareció el hambre, ni la desocupación, ni la mortalidad, y tampoco alcanzamos la mejor calidad educativa ni de puestos de trabajo. Pero, sin lugar a dudas, que la tendencia a la baja de cada uno de los ítems era producto de un modelo económico que iba diametralmente opuesto a lo que había ocurrido prácticamente desde 1955 a 2003. Al final de su mandato, Néstor Kirchner si iba del gobierno con un 60% de imagen positiva, y había dejado 5 millones de empleos creados y 200 mil nuevas empresas.
También durante esos años se triplicó la jubilación mínima, y se pasó a tener aumentos semestrales, se aumentó el ingreso per cápita y se triplicó el salario mínimo vital y móvil, que había estado 10 años estancado. Como si eso fuera poco, se dejó de depender de los préstamos internacionales para hacer funcionar lo poco que existía de movimiento económico: se realizó una quita de la deuda en un 73%, y se le pagó al FMI, para no depender políticamente de sus decisiones.
Los números son odiosos, tal vez, pero en este contexto de cambio es importante recordar. Volver a la historia, y a las decisiones a favor del pueblo que se tomaron con un país en bancarrota, endeudado y con terribles índices sociales.
Muy por el contrario, hoy quieren convencer al pueblo Argentino que “el camino” que está tomando este Gobierno Nacional es inevitable, la “única vía” posible, y que detrás de los despidos masivos, el ajuste en inversión pública, la quita de subsidios, la baja de los salarios de los trabajadores, y el aumento de impuestos, viene el paraíso y el crecimiento. El famoso cliché de la era menemista: “estamos mal pero vamos bien”. Ya vimos como terminó ese camino en 2001. En los ’90 la economía creció, también, pero la riqueza que se produjo se repartió entre el 20% de la población. Ese mismo modelo de “crecimiento” es el que hoy el Gobierno de Macri intenta instalar en Argentina. Lo que no cuenta es que será un crecimiento sin distribución de la riqueza.
En ese contexto es que podemos analizar las medidas que se toman desde el Gobierno Nacional, todas lógicas desde la mirada de un rico que representa a ricos, y un modelo para ricos.
La intención no es otra que la que ha sido siempre: transferir riqueza de los trabajadores y la clase media a los sectores más ricos de la Argentina. Este no es un experimento nuevo en nuestra país; ha sido su proyecto desde siempre. Ahora con nuevas herramientas mediáticas y términos económicos, pero con los mismos objetivos. Sólo para hacer un breve repaso, vale recordar las primeras medidas de Aramburu, Onganía, Levignston, Videla: frenar la devaluación del 30% anual con el congelamiento y hasta la baja de salarios, retrotraer la participación de los trabajadores en la renta a un 38% (en 1950 fue de 46,4%), quitar subsidios, y dar vía libre a las empresas para despedir personal, a la vez que se endeudaron prolijamente y de manera galopante con organismos internacionales. Todas y cada uno de esos gobiernos se vendió como una “revolución”, primero libertadora, luego argentina, y ahora de “la alegría”.
¿Qué es lo que se logaron con estas medidas a lo largo de la historia? Sencillamente la misma cosa: que cada uno de los argentinos y argentinas tenga menos poder adquisitivo. Esa transferencia, el Gobierno de Macri la está concretando a partir del aumento de todos los bienes y servicios que consumimos. A la vez, las paritarias se acuerdan por debajo del aumento del costo de vida, por lo que los únicos que ganan son los empresarios, con la baja de costos. Esto, por supuesto, para aquellos que tienen la suerte de tener un trabajo. Ni siquiera es posible pensar en aquellos que no habían podido conseguir un trabajo, y sólo dependían de la ayuda que podía proveer el Estado Nacional.
Hoy, a tan sólo 5 meses del Gobierno de “la alegría”, tenemos aumentos de gas que alcanzan un 2000% de aumentos. Según la Dirección de Estadísticas y censos de GCBA, desde diciembre hasta abril “los bienes que mide el índice porteño acumularon un alza de 15,6 por ciento y de 22,6 por ciento en los servicios. En la comparación interanual, los bienes se aceleraron hasta el 38,3 por ciento y los servicios tocaron el 42,5 por ciento de suba y el promedio 40,5%”. Esta inflación, sólo se repitió en diciembre de 2002. Nunca después.
A esto, debe agregarse el dato de El Cronista Comercial, en donde señala que “el promedio de paritarias es hasta hoy del 29,6%, 11 puntos por debajo del ritmo inflacionario y 20 puntos de la evolución de la Canasta Básica”. Esta es, de 2003 a la fecha, la mayor pérdida de poder adquisitivo del salario de trabajadores. Todas, decisiones que ha tomado este Gobierno Nacional.
En tanto, nuestros dirigentes y representantes parecen mirar otra película. A los del PRO los ciega la venganza, muy preocupados por borrar símbolos del kirchnersimo que de cumplir con las metas prometidas durante la campaña de hambre cero, y desocupación cero. Por ahora, todo lo contrario.
En cuanto al Gobierno Provincial, Alberto Weretilneck parece optar por el silencio, al igual que Gustavo Gennuso, y parte de la dirigencia propia, que prefiere mirar para otro lado y conservar su pequeño espacio de poder. En tanto, la sociedad, se encuentra desesperada por encontrar trabajo, pagar los gastos, y comprar alimentos.
Por eso, a 13 años de aquella victoria, es importante revisar nuestro pasado reciente. Eso nos ayudará a comprender la realidad desde una perspectiva histórica, sabiendo que para volver a tener un Gobierno que represente al pueblo es necesaria la construcción de un gran frente (con el PJ como núcleo central), con un programa y una agenda que represente verdaderamente los intereses del pueblo, y no los de un puñado de dirigentes. Hay, allí afuera, importantes sectores de la sociedad desorganizados, inorgánicos, que quiere y necesitan un espacio político que los incluya, los defienda, y los represente electoralmente. Pero para eso necesitamos dirigentes que vean esa realidad. Algunos deberán dar un paso al costado, y otros ponerse al frente con una mirada amplia, y con la capacidad política de acumular por fuera de los partidos clásicos.
El vedetismo de Weretilneck (coqueteó con Menem en 2003, con López Murphy en 2007, con Castañon en 2009, con Cristina en 2011, con Massa en 2015, con Scioli en 2015, y con Macri en 2015 y 2016) se acaba con coherencia y representación, (tanto discursiva como acción política), caminando las calles y encontrándose con el pueblo. Ese fue el ejemplo de Néstor Kirchner, que hoy más que nunca sigue vigente.
(Periodista, ex Director de Relaciones Institucionales de AFSCA, actual Director de Comunicación FIA).
16 noviembre 2024
Opinion