En los últimos días,
a raíz de la situación que el mundo entero está atravesando, mientras mantengo
el aislamiento social, se han cruzado por mi cabeza y mi corazón varios
sentimientos y emociones. Ante todo, recurre a mí de manera constante la
incertidumbre, que deviene en la ansiedad, angustia y hasta desorientación que
seguramente nos invaden a todos y todas por igual.
Además de eso, en las
charlas que mantengo a diario con los dirigentes sindicales de nuestra
asociación, con distintos delegados y delegadas de base, con afiliados y
trabajadores de salud de la mayoría de las localidades de la provincia, me
encontré con algo nuevo, que no había surgido antes a nivel social. La
aparición del miedo. Por definición, esa sensación de angustia provocada por la
presencia de un peligro real o imaginario.
El temor puede ser
nuestro peor enemigo, si nos paraliza y saca facetas negativas y desconocidas
de nosotros mismos. Como a muchos, ese miedo me interpela.
Hoy tuve la
oportunidad de ver con mi pequeño de 7 años, por enésima vez, la película
animada “Intensamente” y caí en cuenta que, como las otras emociones primarias
-alegría, tristeza, ira, asco y sorpresa (que no está en el film de Pixar)- el
miedo no solo es inevitable, también es necesario. Sin miedo ante el peligro el
ser humano no habría llegado hasta nuestros tiempos, no habría sobrevivido ante
la naturaleza amenazante.
Por otro lado la
historia de nuestro país nos deja muestras de cómo incluso se utilizó el miedo
para razones políticas. No solo fue usufructuado por la última dictadura
militar que buscaba imponerse mediante el terror, sino que también fue el arma
de distintos gobiernos y partidos políticos para influir en comicios
electorales.
Dicho esto y
volviendo a los tiempos de Coronavirus, este miedo de aquí y ahora frente a lo
desconocido, como tantos otros miedos, no es deseado pero es sentido. Y las
reacciones que desprende no pueden ser premeditadas por todo el mundo, la
reacción de unos y otros son diferentes y no podemos juzgarlas, ni juzgarnos
porque es un terreno donde reina lo inesperado.
Estamos en presencia
de un enemigo invisible y lo estamos enfrentando cada uno desde su lugar. Los
trabajadores de la Salud y de los servicios esenciales en sus puestos de
trabajo, y los que nos desarrollamos en otras áreas de la economía desde
nuestras casas. Me detengo aquí para hacer un llamado a la reflexión a los gobiernos
sobre quienes no tienen casas, ni trabajo registrado e incluso los que son
autónomos. El derecho a una vivienda digna y a quedarse en casa es un derecho
de todos y todas. Ahí debe estar el Estado para dar respuestas.
El miedo se siente y
es natural. No tener miedo sería temerario, no calcular riesgos y eso es
justamente lo que no debemos hacer frente. Esconder el miedo no nos convierte
en valientes o héroes.
Como trabajadores nos
encontramos con nuevos desafíos y limitaciones. Situaciones críticas cómo
estas, no contempladas, son las que permiten ver el estado de las cosas como si
fuera una fotografía.
Hoy se revela aquello
que venimos denunciando hace tiempo: el vaciamiento de los sistemas de salud,
la precarización de los trabajadores y trabajadoras del Estado, la falta de
equipamiento, insumos y capacitaciones
para contingencias que demanden estar a la altura de las circunstancia. Al
mismo tiempo, en todo el mundo se revaloriza y destaca el rol esencial del Estado.
Incluso por los conservadores y políticos neoliberales. Muchos de los que
proponían la privatización de todo lo que fuera del Estado argentino son los
primeros en pedir a Aerolíneas Argentinas que los traiga de Estados Unidos,
Perú o Europa.
El país enfrenta el
desafío de asumir las responsabilidades y velar por la salud de sus ciudadanos.
Somos reconocidos mundialmente por tomar las medidas adecuadas en el momento
correcto, porque con el “diario del lunes” pudimos ver los desastres que la
pandemia estaba provocando en el antiguo continente. Allí donde justamente
gobierno de corte neoliberal desfinanciaron a los sistemas públicos de salud de
los países que hoy resultan más afectados.
Es justo reconocer
que las medidas que lleva adelante el Estado está ineludiblemente sostenida por
los y las trabajadoras del Estado. Como sostenía aquella campaña de difusión
que años atrás lanzó nuestra Central Latinoamericana de Trabajadores Estatales
(CLATE), el trabajo de los estatales son los derechos de los ciudadanos. Estos
estatales que hoy se encuentran exceptuados de poder quedarse en sus casas y
tienen que ponerle el pecho a la situación.
Pienso en ellos y es
imposible no pensar en el miedo. Nuestros compañeros y compañeras de la Salud
Pública, así como también lo de los hogares proteccionales y otros servicios
esenciales que todos los días van a trabajar deben verse en algún momento del
día visitados por el miedo de manera franca o por el miedo disfrazado de
tristeza o bronca.
A todos ellos y ellas
les debemos un agradecimiento eterno. Pero no sería bueno confundirse. No se
trata de superhéroes, heroínas o personas con cualidades extraordinarias.
Pienso en ellos como personas comunes a quienes les toca enfrentar una
situación extraordinaria y muchas veces sin los insumos necesarios.
Clasificar a los
compañeros y compañeras que están trabajando en la categoría de héroes sería
condicionarlos y no dar lugar a los sentimientos mundanos que todos
atravesamos. No se trata sólo de vocación y amor por la profesión, se trata de
un desafío al que salen todos los días y que puede producir angustia y
desolación, pero sin dudas y lo pienso con la mayor sinceridad del mundo,
produce orgullo.
Podemos ver que los
discursos de “meritocracia” y “cultura del trabajo” que, hasta hace poco
resonaban con fuerza, hoy no son aplicables y que escondían una mentira. Como
dije, no se trata de héroes ni meritócratas. Hoy los trabajadores estatales que
se exponen en sus trabajos de forma obligatoria son los que encarnan las luchas
por las que venimos peleando hace años. Luchando contra todos los prejuicios y
estigmas que sufrimos cotidianamente cuando nos llaman vagos, ñoquis o
incompetentes.
En plena era de
deconstrucciones y de revisar viejas estructuras me propuse repensar algo que
vine exponiendo: valiente no es aquel que no teme o que no se angustia.
Valiente es quien enfrenta sus miedos. Valientes son los estatales a quienes
les toca seguir su labor diaria, cumpliendo sus tareas sin promesas de premios
ni recompensas.
Tener compañeros y
compañeras como ustedes es el motor para que sigamos conquistando derechos.
(*) Secretario
General Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Río Negro
16 noviembre 2024
Opinion