Estatales valientes nos cuidan

* Por Rodrigo Vicente

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En los últimos días, a raíz de la situación que el mundo entero está atravesando, mientras mantengo el aislamiento social, se han cruzado por mi cabeza y mi corazón varios sentimientos y emociones. Ante todo, recurre a mí de manera constante la incertidumbre, que deviene en la ansiedad, angustia y hasta desorientación que seguramente nos invaden a todos y todas por igual.

Además de eso, en las charlas que mantengo a diario con los dirigentes sindicales de nuestra asociación, con distintos delegados y delegadas de base, con afiliados y trabajadores de salud de la mayoría de las localidades de la provincia, me encontré con algo nuevo, que no había surgido antes a nivel social. La aparición del miedo. Por definición, esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.

El temor puede ser nuestro peor enemigo, si nos paraliza y saca facetas negativas y desconocidas de nosotros mismos. Como a muchos, ese miedo me interpela.

Hoy tuve la oportunidad de ver con mi pequeño de 7 años, por enésima vez, la película animada “Intensamente” y caí en cuenta que, como las otras emociones primarias -alegría, tristeza, ira, asco y sorpresa (que no está en el film de Pixar)- el miedo no solo es inevitable, también es necesario. Sin miedo ante el peligro el ser humano no habría llegado hasta nuestros tiempos, no habría sobrevivido ante la naturaleza amenazante.

Por otro lado la historia de nuestro país nos deja muestras de cómo incluso se utilizó el miedo para razones políticas. No solo fue usufructuado por la última dictadura militar que buscaba imponerse mediante el terror, sino que también fue el arma de distintos gobiernos y partidos políticos para influir en comicios electorales.

Dicho esto y volviendo a los tiempos de Coronavirus, este miedo de aquí y ahora frente a lo desconocido, como tantos otros miedos, no es deseado pero es sentido. Y las reacciones que desprende no pueden ser premeditadas por todo el mundo, la reacción de unos y otros son diferentes y no podemos juzgarlas, ni juzgarnos porque es un terreno donde reina lo inesperado.

Estamos en presencia de un enemigo invisible y lo estamos enfrentando cada uno desde su lugar. Los trabajadores de la Salud y de los servicios esenciales en sus puestos de trabajo, y los que nos desarrollamos en otras áreas de la economía desde nuestras casas. Me detengo aquí para hacer un llamado a la reflexión a los gobiernos sobre quienes no tienen casas, ni trabajo registrado e incluso los que son autónomos. El derecho a una vivienda digna y a quedarse en casa es un derecho de todos y todas. Ahí debe estar el Estado para dar respuestas.

El miedo se siente y es natural. No tener miedo sería temerario, no calcular riesgos y eso es justamente lo que no debemos hacer frente. Esconder el miedo no nos convierte en valientes o héroes.

Como trabajadores nos encontramos con nuevos desafíos y limitaciones. Situaciones críticas cómo estas, no contempladas, son las que permiten ver el estado de las cosas como si fuera una fotografía.

Hoy se revela aquello que venimos denunciando hace tiempo: el vaciamiento de los sistemas de salud, la precarización de los trabajadores y trabajadoras del Estado, la falta de equipamiento,  insumos y capacitaciones para contingencias que demanden estar a la altura de las circunstancia. Al mismo tiempo, en todo el mundo se revaloriza y destaca el rol esencial del Estado. Incluso por los conservadores y políticos neoliberales. Muchos de los que proponían la privatización de todo lo que fuera del Estado argentino son los primeros en pedir a Aerolíneas Argentinas que los traiga de Estados Unidos, Perú o Europa.

El país enfrenta el desafío de asumir las responsabilidades y velar por la salud de sus ciudadanos. Somos reconocidos mundialmente por tomar las medidas adecuadas en el momento correcto, porque con el “diario del lunes” pudimos ver los desastres que la pandemia estaba provocando en el antiguo continente. Allí donde justamente gobierno de corte neoliberal desfinanciaron a los sistemas públicos de salud de los países que hoy resultan más afectados.

Es justo reconocer que las medidas que lleva adelante el Estado está ineludiblemente sostenida por los y las trabajadoras del Estado. Como sostenía aquella campaña de difusión que años atrás lanzó nuestra Central Latinoamericana de Trabajadores Estatales (CLATE), el trabajo de los estatales son los derechos de los ciudadanos. Estos estatales que hoy se encuentran exceptuados de poder quedarse en sus casas y tienen que ponerle el pecho a la situación.

Pienso en ellos y es imposible no pensar en el miedo. Nuestros compañeros y compañeras de la Salud Pública, así como también lo de los hogares proteccionales y otros servicios esenciales que todos los días van a trabajar deben verse en algún momento del día visitados por el miedo de manera franca o por el miedo disfrazado de tristeza o bronca.

A todos ellos y ellas les debemos un agradecimiento eterno. Pero no sería bueno confundirse. No se trata de superhéroes, heroínas o personas con cualidades extraordinarias. Pienso en ellos como personas comunes a quienes les toca enfrentar una situación extraordinaria y muchas veces sin los insumos necesarios.

Clasificar a los compañeros y compañeras que están trabajando en la categoría de héroes sería condicionarlos y no dar lugar a los sentimientos mundanos que todos atravesamos. No se trata sólo de vocación y amor por la profesión, se trata de un desafío al que salen todos los días y que puede producir angustia y desolación, pero sin dudas y lo pienso con la mayor sinceridad del mundo, produce orgullo.

Podemos ver que los discursos de “meritocracia” y “cultura del trabajo” que, hasta hace poco resonaban con fuerza, hoy no son aplicables y que escondían una mentira. Como dije, no se trata de héroes ni meritócratas. Hoy los trabajadores estatales que se exponen en sus trabajos de forma obligatoria son los que encarnan las luchas por las que venimos peleando hace años. Luchando contra todos los prejuicios y estigmas que sufrimos cotidianamente cuando nos llaman vagos, ñoquis o incompetentes.

En plena era de deconstrucciones y de revisar viejas estructuras me propuse repensar algo que vine exponiendo: valiente no es aquel que no teme o que no se angustia. Valiente es quien enfrenta sus miedos. Valientes son los estatales a quienes les toca seguir su labor diaria, cumpliendo sus tareas sin promesas de premios ni recompensas.

Tener compañeros y compañeras como ustedes es el motor para que sigamos conquistando derechos.

 

(*) Secretario General Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Río Negro

 

 

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