Hay coincidencias entre los analistas más importantes: la crisis del Coronavirus revitalizó el rol del Estado. En consecuencia, en las democracias occidentales se revalorizó la política. Aún cuando ciertos profundos intereses neoliberales se empeñen en militar lo contrario utilizando toda la batería de recursos a disposición.
Cualquier momento es propicio para la antipolítica. Incluso una pandemia que hace crujir las instituciones sociales más arraigadas.
Busquemos alguna definición amplia de política en Rousseau. Para este buen señor, en el estado social, todo está bajo la autoridad de las leyes. Este concepto implica desprenderse del estado natural, en el que hay un tipo de libertad relativa y donde prevalece el más fuerte físicamente. Si traemos a la actualidad este darwinismo de supervivencia del más apto, nos encontramos con los económicamente poderosos y el resto, al descarte. Pero la solución es la misma que planteó Rousseau en el siglo XVIII: un cuerpo moral y colectivo, la “civitas”, la República, el cuerpo político. La política es la respuesta, el factor igualador. Nunca la causante de los males.
Explica José Natanson en Le Monde de marzo que “las crisis totales, como la que atravesamos, implican un fortalecimiento del rol del Estado, como ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial con el Estado de Bienestar”. Y ejemplifica: “En Estados Unidos se dio un aporte de emergencia y en Europa se nacionalizaron aunque sea temporalmente los sistemas de salud”. E, insisto, al Estado en las democracias occidentales lo conducen los políticos.
El presidente francés Emanuel Macrón lo dijo con todas las letras: “Lo que revela esta pandemia es que la salud gratuita, sin condiciones de ingreso o de profesión, nuestro estado de bienestar, no es una carga o un costo, sino un bien precioso, una ventaja indispensable”.
Explicó que como mínimo, hay bienes y servicios que deben ser puestos fuera de las leyes del mercado.
Yendo a Keynes, el Estado debe hacer en el corto plazo lo que el mercado quiere resolver en el largo plazo, porque en el largo plazo con o sin coronavirus, todos estaremos muertos.
Localismos y control
Pasará el coronavirus pero no sus consecuencias. En principio, ciertos mitos quedan desangelados, como la globalización. Es probable que asistamos a un proceso inverso, de auge de los nacionalismos y los localismos, demostrados en estos días con el cierre de fronteras a nivel nacional y sus correlatos provinciales y municipales, exigidos además por el monstruo de las redes sociales. Serán, sin embargo, cambios de matices. El sistema social y económico fundado en el Siglo XVIII seguirá vivo.
Sí pueden ponerse en crisis algunos postulados liberales en la relación individuo-estado. El filósofo surcoreano Han plantea en estos días que la soberanía ya no reside en quién controla las fronteras, sino en quién controla los datos. El líder deja de ser quien decide, para pasar a ser quien sabe. Esto implica una pérdida en términos de derechos civiles, con una sociedad dispuesta a entregarlos en función de un nuevo paradigma de libertad. De alguna forma se profundiza el contrato social de Rousseau, haciéndolo menos liberal.
Y volviendo al inicio, es el Estado el que emerge como el operador y administrador de las relaciones sociales y económicas, y es el Estado, si bien no con exclusividad, el lugar natural (si se me permite el oxímoron) donde sucede la política.
Juan Gorosito
Secretario de Cultura y Deportes de Viedma
16 noviembre 2024
Opinion