Por Damián Javier Lazota (*)
Si la alimentación, en parte
determina nuestro estado de salud física y mental, podríamos inferir que
socialmente, gran parte de las calorías que ingerimos, la aportan la inmensa
información que nos llega a través de las distintas plataformas digitales
-redes sociales, blog, portales web-, y las tradicionales como la gráfica,
radio, TV y cine, adaptadas a las nuevas tecnologías.
Sin caer en el encantamiento
de un relato bien contado, siempre es bueno hacer el ejercicio de analizar cada
noticia que llama nuestra atención, cuestionar si tenemos la capacidad de
digerir tal ingente cantidad de información, se perfila como un primer paso,
pero, ¿Qué filtros usamos para analizarla? ¿Aceptamos todos los contenidos como
la verdad revelada? ¿Somos seres críticos de las noticias que consumimos?
¿Estas nacen de manera espontánea o existen usinas encargadas de diseñar la
agenda diaria? Por otro lado, ¿Cómo afecta al conjunto de la sociedad la
construcción de la información? ¿Alguna vez, nos hicimos estas preguntas?
Seguramente la respuesta es sí. Hay muchas más que podríamos pensar, pero a los
fines prácticos, estas nos alcanzan para introducirnos en el tema.
De mi infancia recuerdo ser
consumidor pasivo de programas radiales por la mañana, noticieros televisivos
al mediodía, tarde y noche, el diario de los domingos y más tarde, testigo de
la transformación que estos tendrían, en especial a partir de la década de 1990
con la privatización de los principales medios televisivos y radiales de Buenos
Aires.
Ya como activo lector de
noticias, y gracias al surgimiento de internet a mediados de la década de 1990,
con el inconmensurable aporte de medios alterativos y alternativos, más un
abanico de chats y foros de discusión que permitían conocer realidades
parciales de otros países y continentes, sumado a la coyuntura político social
de entonces, fui configurando un espíritu crítico sobre el papel de los medios.
Pero no fue hasta 2002, más
específicamente en las horas posteriores a los crímenes de Kosteki y Santillán
-26 de junio-, en la estación Avellaneda, y el ocultamiento de evidencia
fotográfica que delataba el accionar de las fuerzas policiales en complicidad
con los gobiernos nacional y de provincia de Buenos Aires, que la sociedad pudo
dimensionar con mayor amplitud el papel de los principales medios formadores de
opinión.
Si la crisis política de
2001 atravesaba a todos los poderes del Estado, y se palpaba cierto malestar
social sobre el rol de los grandes medios, la “masacre de Avellaneda” no hizo
más que profundizar la crisis de credibilidad de estos emporios mediáticos.
De esta manera, el nuevo
siglo, con el devenir de las nuevas plataformas digitales, logró poner al
desnudo el rol de las corporaciones mediáticas y dar luz a medios comunitarios
que se multiplicaron por todo el país, dando voz a quienes no la tenían.
Fue una hermosa primavera,
que, más allá de la “Ley de Medios”, herramienta fenomenal para el
sostenimiento, mantenimiento y promoción de medios comunitarios, y la buena
intención de hombres y mujeres de prensa en su compromiso por acercarse a la
verdad, no pudo con el mercado de la comunicación, y la impronta a nivel
mundial de las redes sociales, donde los algoritmos jugaron un papel central en
la distribución de la información y el tablero político global, limitando la
diversidad de la información que llega a nuestras pantallas, afectando la libre
circulación de las noticias.
Si bien, en la actualidad,
estos algoritmos están sufriendo cambios drásticos debido a los cuestionamientos
de organismos no gubernamentales y organizaciones civiles, aún hoy, quienes
somos usuarios de redes sociales, podemos advertir que hay noticias u opiniones
que están vedadas en nuestras cuentas -o al menos no se muestran-, por tratarse
de reflexiones o pensamientos opuestos a los nuestros.
En síntesis, estas líneas no
buscan, aunque en principio así lo parezca, cuestionar el rol de los emporios
mediáticos y redes sociales, que bien tienen ganadas las críticas.
La propuesta consiste en
ejercitar el pensamiento crítico de cada noticia que llega a nuestras manos,
sea afín o contraria a nuestros ideales. Desglosar la información, analizar su
origen, a quién o quiénes afecta y/o beneficia. Pasar de ser consumidor a
prosumidor de noticias, es una aspiración deseable, que invita a la
construcción de una agenda colectiva y procura reflejar la variedad de
pensamientos, lejos de lo que proponen las corporaciones mediáticas que
monopolizan los temas de interés y los algoritmos, que terminan por aplastar la
rica diversidad de ideas que existen en toda sociedad.
Finalmente, una comunidad que ponga en práctica el ejercicio transformador de pensar, será capaz de convertir esas calorías en nutrientes que nos permitan fortalecer la libertad de prensa y, en consecuencia, la democracia.
16 noviembre 2024
Opinion