Una mujer de Cipolletti demandó a la empresa que había
contratado para hacer reformas en su propiedad. Sostuvo que los constructores
no solo le arruinaron su jardín sino que le rompieron las tres figuras de aves
acuáticas que había traído en su último viaje. Ella se presentó sin patrocinio
letrado y el juzgado de Paz fue el escenario para destrabar el conflicto.
La dueña de la propiedad llegó al juzgado de Paz de
Cipolletti visiblemente afectada por la experiencia con los albañiles. Consignó
en la demanda, que escribió de puño y letra, que había enfrentado un sinfín de
inconvenientes por una construcción que pretendió levantar al fondo de su patio.
Afirmó que el constante paso de las carretillas había
arruinado el jardín que tanto cuidó durante la cuarentena. El tiempo dedicado a
las plantas en los días de aislamiento, según describió, fue una especie de
terapia para superar el encierro. También lamentó el estado en que quedaron las
tres estatuas de aves acuáticas, compradas en su último viaje antes de la
llegada del Covid 19. Sumó el daño en el portón corredizo, en el buzón de la
correspondencia y el estado en que quedaron sus rosales.
La mujer encontró en el juzgado de Paz un espacio de
escucha para canalizar el conflicto con la constructora. Como respuesta a la
demanda, la empresa negó algunas circunstancias y le exigió una deuda de 800
mil pesos.
Ese reclamo superaba el monto de 100 mil pesos
establecido por el Superior Tribunal de Justicia (STJ) para el procedimiento de
la menor cuantía. En esa instancia, la firma dedicada a la construcción formuló
una reconvención e hizo un planteo de incompetencia.
Debido a las cuestiones procesales la dueña del jardín
tuvo que recurrir a un abogado para contestar esos planteos. Sin embargo hubo
un acuerdo privado entre las partes y el juzgado dictó una sentencia
homologatoria. La resolución puso fin al conflicto y estableció que tanto la
empresa como la mujer “desisten en sus reclamos que dieran origen a las
presentes actuaciones”.
17 enero 2025
Judiciales