Por Pedro Oscar Pesatti (*)
La vida siempre nos da una nueva
oportunidad para acometer de manera diferente, superadora, aquellas cosas que
hicimos mal en el pasado.
En este punto, que demanda una
decisión colectiva y un profundo cambio de actitud frente a los desafíos del
tiempo actual, estamos hoy en la Argentina. Y los rionegrinos, en consecuencia,
tenemos la obligación de aprovechar con racionalidad y sin dogmatismos las
nuevas oportunidades.
La naturaleza ha privilegiado a
nuestro país proveyéndolo de ingentes cantidades de recursos que durante la
primera globalización de fines del siglo XIX e inicios del XX nos permitió
posicionarnos como uno de las principales países del mundo.
No supimos aprovechar correctamente
esos diferenciales comparativos y en la segunda etapa globalizadora quedamos
rezagados frente a la alta competitividad de otras naciones que la
interpretaron mejor.
La explosión demográfica mundial (en
1.950 el mundo tenía dos mil millones de habitantes, hoy somos ocho mil
millones y seremos más de diez mil en 2.050) demanda de fuertes aumentos de la
producción de alimentos y de la provisión de energías que sustenten la
producción propiamente dicha, su industrialización, transporte y logística. La
materia prima de toda materia prima -vale la pena recordarlo- es la energía.
Un reciente informe elaborado por
diferentes instituciones dependientes de la Organización de las Naciones
Unidades (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF) denunció la friolera de ochocientos
veintiocho millones de personas en inseguridad alimentaria severa y otras dos
mil trescientas millones en inseguridad alimentaria moderada, lo que llevó a
hablar a los líderes de esa institución, incluyendo al Papa Francisco, de
“hambruna mundial”.
Paralelo a este gran flagelo humano
la guerra en Ucrania puso en crisis el sistema energético europeo -altamente
dependiente del gas y del petróleo ruso- amenazando a su población a sufrir el
invierno más frío desde la segunda guerra mundial, con consecuencias de todo
orden que serán la tapa de los portales durante varios meses, a medida que el
viejo continente se hunda en la estación más fría del año.
Nuestro pueblo no está al margen de
ninguna crisis ni exento de sus flagelos. El cuarenta por ciento de pobreza
-sesenta por ciento en niños menores de catorce años- generado en gran parte
por la pérdida de competitividad y estancamiento de nuestra economía en la
última década, es sólo un dato que lo manifiesta. Aunque a diferencia de Europa
y África estamos dotados de recursos naturales que nos brindan la capacidad de
resolver los problemas más severos de nuestros desenvolvimiento integral.
Litio, hidrocarburos, minerales estratégicos, proteínas de mar y tierra, agricultura
exponen las palabras clave de nuestro destino. Recursos que debemos aprovechar
nosotros en beneficio del país, porque como lo sentenció el presidente Perón
poco antes de su muerte, si no somos capaces de aprovecharlos a tiempo, vendrán
por ellos y por las malas, como textualmente lo dejó escrito.
En los últimos veinticinco años
nuestro país ha vivido una verdadera revolución agrícola, genética y
biotecnológica, con incorporación de maquinaria y tecnología de punta que
permite la práctica de una agricultura de precisión con manejo digital de la
superficie de cultivos. Un complejo tecnológico a partir del cual la producción
de granos y proteínas se multiplicó exponencialmente, recolocándonos en el
camino que a comienzos del siglo veinte nos ubicó entre los países más
prósperos de la tierra.
El tan soñado Proyecto de Desarrollo
del Valle Inferior (IDEVI) del exgobernador Edgardo Castello tiene hoy una
nueva oportunidad para expandirse y realizarse. También el sueño de
autoabastecimiento energético del expresidente Arturo Frondizi tiene su segunda
oportunidad histórica hoy con Vaca Muerta.
Argentina tiene, otra vez, la
posibilidad de abastecer competitivamente de alimentos, pero también de energía
e hidrocarburos a todo el mundo. Y no sólo para paliar su hambruna y crisis
energética de cara a las próximas décadas sino también para equilibrar la
balanza económica nacional, pulverizar la pobreza y la indigencia actual e
iniciar un nuevo camino hacia el desarrollo con inclusión e integración social
en la búsqueda, siempre, de lograr la grandeza del país y la felicidad de su
pueblo.
Tenemos una nueva oportunidad para
hacerlo mejor y para todos, no sólo para algunos. En este “todos” incluyo
ineludiblemente a los más postergados por el sistema económico, pero también a
aquellos sectores de la sociedad que tienen una mirada más comprometida con la
protección del planeta.
Se puede aumentar sustancialmente la
producción agroalimentaria de nuestro Valle Inferior sin afectar el ambiente.
Como también se puede transportar, almacenar y procesar gas y petróleo sin
afectar la biodiversidad del golfo. Y no sólo porque la industria lo proponga o
la economía del estado lo requiera, sino además y, fundamentalmente, porque
nuestra gente, los rionegrinos, así lo quieren.
Un estudio realizado la semana pasada
por PGD Consultores muestra el setenta por ciento de apoyo de los rionegrinos a
la reforma de la ley 3.308 para permitir el desarrollo de la industria
petrolera en el golfo San Matías; veinte por ciento de rechazo y diez por ciento
de indecisión y desconocimiento. Ahondando entre los rechazos, la mayoría de
ellos lo justifican en los riesgos ambientales que esa industria conlleva.
Nuestro desafío como dirigentes
políticos -en esta hora y en este lugar- es cambiar ese paradigma que gobierna
las conductas de todos nosotros -dirigentes y dirigidos-, del prohibicionismo
"acá no" al consensuado y regulado "así sí".
Démonos la oportunidad de demostrarnos que esta vez podemos hacerlo mejor.
16 noviembre 2024
Opinion