El renunciamiento, la Pasión y la Bandera

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Es que fue tan fuerte y contundente el Cabildo Abierto del 22 en plena calle, que a veces se obvia el enorme valor del discurso pronunciado por Evita por la cadena nacional de radios el día 31.

También es cierto que quizás la heterogeneidad de la radio como medio de comunicación, sin el contacto cara a cara con el pueblo, le haya quitado mística al momento.

Sin embargo, para la historia política nacional, aquel mensaje radial debe ubicarse en los anales discursivos junto a piezas oratorias comparables con los discursos de Belgrano el 22 de mayo de 1810 en el Cabildo; el de Castelli, pronunciado a la vez por él mismo en castellano, aymará y quechua a orillas del Titicaca en 1811; el de Saenz Peña al promulgar la Ley del Voto Universal; el de Yrigoyen en la embajada británica en Buenos Aires; el de Lisandro de la Torre en el Senado contra el acuerdo Roca-Runciman; los de Perón, casi todos; el de Alfonsin en la Sociedad Rural y el de Néstor Kirchner el día de su asunción.

Evita habla al Pueblo: “Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo”.

A las generaciones futuras: “Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los argentinos de mañana”.

A la Pasión: “Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria.

Y habló, como nadie, al sentimiento que sólo el pueblo teje a partir de un hilo de plata que lo une a su líder: “Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi patria. Y me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase de esta manera: De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita”.

Evita, sin embargo, enseña un evangelio de gestos políticos de enorme valía.

Escuchar al otro, mirar al otro, entender al otro.

Porque, como ella también lo dijo, “cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto compañera de todos los hombres”.

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