Pasaron 48 años del inicio
de la más sangrienta dictadura de las muchas que sufrió nuestro país a lo largo
del Siglo XX. El año pasado, hace apenas tres meses y medio, se cumplieron 40
años desde que los argentinos y argentinas recuperamos la democracia y
comenzamos a transitar un camino de pacificación, con Memoria, Verdad y
Justicia.
Durante estas cuatro décadas
no quedaron dudas. Se dio una amplia discusión, se conocieron archivos, se
investigaron los hechos y la historia dejó sentado que lo ocurrido en esos
siete años de muerte, represión ilegal, desapariciones, robo de bebés, censura,
exilio forzado y atropello a las libertades individuales no debe repetirse.
NUNCA MÁS, fue la síntesis a la que llegamos entre todos y todas.
El trabajo minucioso del
equipo de antropología forense, la recopilación de información de los centros
clandestinos de detención, los relatos dolorosos de las víctimas, la tarea del
CELS y los organismos de Derechos Humanos, la desclasificación de expedientes
secretos de los autores del genocidio revelaron lo ocurrido en esos años. El
juicio a las Juntas en la primera mitad de la década del 80 y los posteriores
procesos judiciales que aún continúan contra los perpetradores de esa masacre
son ejemplo a nivel mundial y siguen echando luz sobre lo sucedido.
No es relato. No hubo
guerra. No existieron dos demonios enfrentados. La historia marca que desde
1976 a 1983 un Estado represor utilizó todo su poder para eliminar a quienes
pensaban diferente, a quienes consideraban sus enemigos y, de esa manera,
ejemplificar para mantener al resto de la población dominada y sometida. Con la
brutalidad de las fuerzas armadas los grupos de tareas sembraron el terror en
las calles. La iglesia y los poderes fácticos apoyaron en defensa de sus
intereses económicos y religiosos hasta que la decadencia de popularidad del
régimen -tras la Guerra de Malvinas- y la firmeza de un pueblo que tomó
consciencia obligaron a los dictadores a llamar a elecciones.
La dictadura criminal no
surgió de la nada. La violencia entre facciones existía y el método de intentar
ponerle fin no fueron la Constitución y las leyes sino el uso ilegal del
aparato militar del Estado para acallar, no solamente a quienes operaban por
fuera de las normas, si no a todo aquel que se opusiera al régimen, mediante la
desaparición forzada, el exterminio o el exilio.
Transcurridos 40 años del
fin de esa época oscura y trágica, cuando creíamos saldadas perimidas
discusiones, la reivindicación de los crímenes y de los delitos que fueron
considerados de lesa humanidad, empiezan a repetirse no solamente entre fanáticos
o ignorantes de la historia reciente. Peligrosamente, desde los altos niveles
del Estado actual se alzan voces que justifican la barbarie y que se atreven a
exigir libertad a sus responsables.
Al mismo tiempo, se denigra
a quienes fueron las víctimas y a sus familiares, se estigmatiza, señala e
insulta a los representantes de los organismos como Madres y Abuelas de Plaza
de Mayo, HIJOS y otros, que tanto hicieron por la búsqueda de Justicia, sin
venganza. Y, como si fuera poco, observamos con extrema preocupación, que esos
discursos de odio contra las ideologías diferentes que en los 70 abonaban las
acciones de las cúpulas militares hoy se repiten entre los líderes políticos de
la fuerza gobernante calando entre sus seguidores.
Hemos ingresado en un
momento histórico en el que, inquietantemente, el gobierno justifica la
represión y la violencia para evitar cortes de calles o protestas y comienza a
poblar la vía pública de uniformados. A diferencia de la Dictadura hoy el
ataque contra los adversarios políticos y contra artistas y periodistas
críticos, no se ejecuta mediante las armas tradicionales. La violencia se
ejecuta, en cambio, mediante las redes sociales, con trolls que operan como
grupo de tareas informáticos con el agravio y el insulto.
A 48 años de la Dictadura
recordamos a las víctimas, seguimos exigiendo Justicia por los 30 mil
desaparecidos, ratificamos la necesidad de la continuidad de los juicios a los
represores, reivindicamos la acción de las Madres, las Abuelas y los HIJOS y
valoramos las certezas que la investigación y la ciencia nos han brindado para
echar luz sobre ese pasado no tan lejano.
Pero además, tristemente,
estamos obligados en estos momentos complejos, a exigir al gobierno que respete
la historia, que asuma su responsabilidad al frente de un país que necesita la
paz y la concordia, que ponga fin a los mensajes discriminatorios y
persecutorios, que evite exacerbar la virulencia. Porque mucho costó recuperar
la democracia, muchas vidas se perdieron y las heridas son profundas.
Con un rumbo o con otro,
pero siempre con las normas que permiten la alternancia política y el debate de
ideas, es posible resolver las diferencias y democráticamente habilitar a los
argentinos y argentinas a definir su futuro. Nada justifica el ataque, la
agresión o la intolerancia. Como dirigentes políticos, nos debemos al pueblo y
cuidarlo es parte fundamental de nuestro rol en la sociedad.
Pedimos al gobierno que esté a la altura de las circunstancias, que controle sus impulsos y trabaje en pos de mejorar la vida de todos y todas, en paz, con equidad, justicia social y pleno respeto a los derechos adquiridos, porque el NUNCA MÁS no es un relato, sino el acuerdo social al que llegamos tras sufrir tanto dolor y tantas pérdidas.
16 noviembre 2024
Opinion