Ante la muerte del Señor Muerte

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En mayo vieron la luz el himno, el escudo, la Armada y el Ejército nacional y fue en mayo cuando desde el oeste bonaerense Argentina regaló al mundo la más maravillosa mujer de la historia: Evita.

En mayo los franceses tuvieron su grito y en mayo fue el “Cordobazo”.

También en un mayo llegaron Néstor y Cristina a enseñarnos que otra argentina era posible: más justa, más libre, más soberana.

En el país sublevado de los sin voz, mayo es una lección permanente.

Este mayo no es ajeno.

Este mayo enseña, ejemplifica y guía para la posteridad.

La muerte vino para enseñarle al Señor Muerte que nadie es tan poderoso ni tan faraónico.

Aquel que fue dueño de vidas y posesiones; aquel ante el cual el Clarín no sonaba ni La Razón pensaba ni La Nación se oponía; aquel de botas en caña amenazando desde el bosque tucumano; aquel con carita de fisgón triste citando el evangelio mientras violaba y torturaba; aquel es también “ese” a quien la Parca vino a buscar.

Y se lo llevó entre los sollozos de los niños secuestrados, lejos del coro de ángeles.

Lo arrebató desde una cárcel común muy distinta a las alfombras rojas tendidas por la oligarquía vernácula.

Le tendió una trampa indigna, sin recuerdo de grandes batallas porque su campo no fue el del honor, sino de “Concentración”.

Y allí, entre el averno y el oprobio, su memoria deambulará por los tiempos de los tiempos sin cortejos ni epitafios.

Este mayo del 2013 no fue ajeno a la historia.

Con sabiduría le enrostró al señor muerte que su nombre será por siempre sinónimo de desapariciones, vejaciones, robos e insulto.

Destino muy distinto al de los treinta mil compañeros y compañeras y niños desaparecidos cuyos nombres agigantan el orgullo nacional e iluminan el camino.   

(·) Opinión de Hugo Lastra, Secretario de Gobernación, Pcia. de Río Negro

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