Cambio climático y migraciones

Nota de opinión

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Por Gregorio Andersen (*)


El cambio climático constituye una de las principales amenazas del hombre en el siglo XXI. Pone en peligro el derecho a la vida, la salud, el agua, el alimento, la vivienda, el desarrollo y la autodeterminación.

Con el incremento de la temperatura global, aumenta el número de muertos, heridos y desplazados debido a desastres climáticos, olas de calor, sequías, epidemias y desnutrición. El panorama parece no detenerse en Argentina y se aceleran los desastres naturales.

Se hace necesario, entonces, reflexionar sobre los derechos sociales en el país y la aplicación de fondos públicos para mitigar los efectos; entender que lo político, muchas veces, es el desarrollo dialéctico de momentos de confrontación-acuerdo entre prácticas sociales y formas organizacionales; y visibilizar el espacio de tensión que se genera como migrante y la condición de extranjero en estas cuestiones debido a la falta de reconocimiento.

 

La media en aumento

Todo cambio climático se refiere a las variaciones de las temperaturas y los patrones climáticos. Estos fenómenos pueden ser naturales, debido a variaciones en la actividad solar o erupciones volcánicas grandes. Pero desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor de este cambio, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas (ONU, 2022). La temperatura media mundial está a punto de cruzar el límite establecido en el Acuerdo de París: un grado y medio por encima de las temperaturas preindustriales.

Según el Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, el cambio climático causado por los gases de efecto invernadero (GEI) ha hecho que la mitad de las especies vegetales y animales se hayan desplazado hacia el norte; muchas se hayan extinguido localmente y otras por completo. En cuanto a los humanos, entre 3300 y 3600 millones -casi la mitad de la población mundial- viven en entornos muy vulnerables a este tipo de fenómeno, sea por su situación geográfica, su mala situación socioeconómica o ambos motivos al mismo tiempo. Si sigue subiendo la temperatura es posible que, aseguran autores como Servigne y Stevens (2020), se provoque un colapso y el humanicidio de millones de personas.

 

 

Migraciones

Todos los seres vivos interactúan entre sí y también con los suelos, las aguas, la atmósfera y la radiación solar. Todas esas interacciones constituyen lo que en 1926 Vernadsky llamó “biosfera” y en 1979 Lovelock rebautizó como “Gaia”, una delgada capa que envuelve a la tierra y tiene unos 20 kilómetros de ancho. En esta envoltura viva no cesan de moverse y entretejerse la radiación solar, los gases, las aguas, los minerales y los seres vivos. Todos se desplazan para alimentarse y reproducirse. Lo hacen en viajes de ida y vuelta, siguiendo el ciclo anual de las estaciones, o sólo en viajes de ida, cuando hay cambios climáticos y ecológicos que amenazan su supervivencia y les fuerzan a buscar nuevos ecosistemas.

El capitalismo ha seguido degradando de manera acelerada todos los ciclos naturales de la biosfera, incluido el clima terrestre. En las últimas décadas, se asiste a olas migratorias que tienen dos características: no va de Europa al resto del mundo, sino de los países más empobrecidos a los más enriquecidos; pero los estados receptores no les facilitan la llegada, sino que les cierran las fronteras y les niegan el permiso de residencia, lo que los convierte en migrantes ilegales, irregulares o sin papeles. Entonces, viene bien preguntarse ¿Cómo integrar al otro al Estado fundado sobre la delimitación de fronteras, la afirmación de membresía e igualdad ciudadana? Así como lo hacen Cicogna y Kerz (2016) en su texto Migración, Ciudadanía y Democracia.

Necesitamos comprender las migraciones contemporáneas para poder regularlas con criterio de justicia. Para ello, se debe considerar la escala geopolítica global, la duración histórica y el vínculo ecológico con la biósfera. Migran las plantas, los animales y los humanos. Estos últimos, por la violencia, la desigualdad y la degradación ambiental, migran a otros lugares en donde se pone en juego, no sólo el problema del reconocimiento como sujeto ciudadano en el Estado, sino su aceptación -real o no- e inserción según sean las formas, las modalidades y los procedimientos que adopta el sistema político.

A pesar de todos estos datos y pronósticos, las migraciones ambientales siguen sin ser reconocidas por las legislaciones internacionales. Las normas que establecen derechos sociales son sólo normas programáticas, que no otorgan derechos subjetivos ni son justiciables y los Estados debieran pensar en las obligaciones pendientes con sus ciudadanos.

Muchos estudios reclaman la protección de los migrantes ambientales con un estatus análogo al de los refugiados, pero los gobiernos no recogen la propuesta. Quizás surja de un análisis pormenorizado que demanda el examen de tres dimensiones temáticas: los derechos, los intereses y el reconocimiento de las nuevas identidades.

 

¿Qué se puede hacer?

El cambio climático es la principal causa de las extinciones de especies y de las migraciones humanas. Por eso, se debe instituir una justicia social y ambiental global que proteja simultáneamente a los pueblos, a las especies y a los ecosistemas. Para ello, será necesario trabajar en el reconocimiento del vínculo dialéctico de Kerz (2008) de la significación para sí de manera tal que facilite la compresión de esta problemática como la cualidad constructiva de un dominio político que se revele en la agenda. De manera tal que en el fenómeno de la migración se reconozca el derecho o condición para el ejercicio pleno de la ciudadanía: que la percepción de deshonor o de indignación experimentada por el actor (migrante) que ve su identidad negada, disminuida o insultada, encuentre instrumentos institucionalizados adecuados para evitar la agresión.

Se necesita comprender esta novedad que afecta al mundo para poder regular incertidumbres con criterios de justicia. Para ello, se debe instituir una justicia social ambiental global que proteja simultáneamente a los pueblos, a las generaciones venideras, a las especies y a los ecosistemas. Y Argentina debe encarar la mitigación de las emisiones mundiales, adaptando el funcionamiento socioeconómico y ecosistémico a esta nueva realidad. ¿Estamos a tiempo?

 

(*) Licenciado en Comunicación Social (UNRN). Doctorando en Ciencia Política (UB)

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