Hacia mediados de los
‘90 las características de los gobiernos fueron varias: era el apogeo del
neoliberalismo, la imagen jugaba un rol importante, la escenificación mediática
de asuntos políticos era cosa de todos los días. Era la Argentina del
menemismo, de las privatizaciones, en un mundo todavía analógico que hacia el
final de la década comenzó a conocer los teléfonos celulares.
El Gobierno de Río
Negro no se parecía, en apariencia, mucho al menemista. No solo por la
diferencia de radicales y peronistas, sino porque en la Provincia el que
gobernaba era un líder muy marcado y con una personalidad absolutamente propia:
Pablo Verani.
Fue dos veces
Gobernador y en 2003, tras ungir a Miguel Saiz como su sucesor y ayudarlo a
ganar las elecciones, obtuvo una banca en el Senado de la Nación con la que
coronó una carrera política brillante.
Pero las mieles no
duraron lo que los augurios esperaban. Saiz quería gobernar ciento por ciento y
Verani, como líder político, quería tener poder de decisión en las acciones de
Gobierno. Para colmo, las facciones que habían surgido tiempo atrás se habían
quedado a vivir en aquellos años de plenitud radical que marcaron todo un
modelo histórico en la política rionegrina (¿Cómo no recordar al Grupo Agenda?).
Cuentan los que se
acuerdan que cuando se iba a anunciar un cronograma de pagos de sueldos a los
estatales, el ministro de Hacienda, Pablo Verani, lo acordaba con el entonces
secretario General de la Gobernación, Francisco “Ringo” González porque ni
siquiera se dirigía la palabra con Saiz, a quien él y otros de las esferas
gubernamentales lo consideraban de una talla por lo menos igual, cuando no
menor, y que por consiguiente alcanzaba a tener el respeto suficiente aunque
fuera el Gobernador de la Provincia.
Ese esquema de no
diálogo y de facciones funcionó durante prácticamente toda la gestión de Saiz,
con Verani queriendo tener injerencia y con Saiz intentando obstruirle
cualquier posibilidad en ese sentido.
La historia se
repite. Hoy Arabela Carreras busca una plenitud gubernamental, una
emancipación, una soberanía en sus decisiones, pero se encuentra con un Alberto
Weretilneck que quiere seguir teniendo poder de decisión y así se lo comunicó
en una tensa charla telefónica en la que le recriminó la reunión de la
Gobernadora con la intendenta de Roca, María Emilia Soria.
-Weretilneck: ¿Por
qué te fuiste a reunir con María Emilia? Vos sabés que no es cualquier
intendenta, que significa más que una reunión.
-Carreras: Era
necesario Alberto, además solo ejerzo el derecho que me asiste, tomé la
decisión (de reunirse) porque como gobernadora puedo tomar decisiones.
-Weretilneck: Ya sé
que sos la Gobernadora, pero no te olvides que llegaste gracias a mí. Lo que te
quiero decir es que hay que tener más cuidado, pensar más.
-Carreras: Aunque no
te guste las decisiones las tomo yo.
Con algunas otras
palabras, lo fundamental de la ríspida charla fue algo así y dejó a ambos
enojados, pero con sendos sabores amargos y de que algo se había cortado.
Un Arabelismo con un
equipo módico, reducido y sin mucho poder de recambio, intenta hacerse fuerte
ante un Albertismo que está muy impregnado, no solamente en el Gobierno, sino en
el inconsciente colectivo de los rionegrinos, sin la necesidad de que eso
signifique algo positivo, ya que incluso algunos de sus funcionarios (heredados
de la gestión Weretilneck) son más conocidos por ser memes de WhatsApp que por
logros sobresalientes en sus carteras.
La pelea entre las
figuras más representativas de Juntos se propagó al terreno de los organismos. El
Arabelismo irrumpió en General Roca y decidió hacerse cargo de la comunicación
gubernamental que surja desde la ciudad del Alto Valle. Reactivó la delegación
de Prensa que alguna vez ostentó el ex legislador Osbaldo Giménez durante el
gobierno de Saiz y avisó en cada organismo que: “a partir de hoy nos hacemos
cargo nosotros”, algo así como cuando en la Casa de Papel Nairobi anunciaba en
la célebre escena que “Empieza el Matriarcado”.
Pero todo corre como
reguero de pólvora y, obviamente, Viedma no podía quedar afuera. En el IPPV la
interna entre el Arabelismo y el Albertismo está a niveles incendiarios.
Acusaciones de traición formaron parte del fuego cruzado esta semana. La
titular del organismo, del riñón de Carreras, terminó directamente confrontada
con funcionarios del mismo IPPV que responden a Weretilneck.
Y como si fuera poco
hubo otra tensa charla telefónica que protagonizó Carreras. Esta vez su
interlocutor fue el intendente de Viedma. Pesatti le reclamó por la cantidad de
funcionarios que entran y salen de Viedma con el peligro del Coronavirus
latente, pero fundamentalmente, le recriminó la llegada del líder de ATE,
Rodolfo Aguiar, que viajó de Roca a Viedma para reunirse con Carreras. Además, Pesatti le dijo a la mandataria que lo puteaban a él porque no se abría
el puente Viejo.
Carreras ordenó al
ministro Pérez Estevan que instruya a la Policía afectar personal para así
abrir el puente Viejo, tomó nota de lo de Pesatti e intentó generar
acercamiento con el intendente. Ambos compartieron un acto de apertura de un
centro de salud esta semana, se saludaron de codito, pero apenas terminado el
acto Pesatti se fue sin siquiera avisar.
Los hechos están a la
vista y aunque tal vez se haya dado de un modo precipitado, era esperable este
enfrentamiento. A propósito, bien vale una máxima del gran Maquiavelo: “Un
príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades
que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco
fiarse de ellos”.
23 febrero 2024
Palabra de Domingo