Un mundo cada vez más desigual

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Lejos de nuestras fronteras, pero cerca de nuestra condición humana, hoy se desarrollan diez guerras que causan por lo menos 1000 muertes por año, como las de Afganistán o Somalia, a las que se suman otros 30 conflictos bélicos de menor intensidad como el existente entre palestinos e israelíes o entre India y Paquistán. Más cerca nuestro está la guerra contra el narcotráfico en México que pareciera estar entre las causales del crecimiento de las actividades narcos en nuestra región y en nuestro país, donde la existencia de grandes bolsones de pobreza aportan mano de obra y muertos en cantidades cada vez más alarmantes en los marcos de instituciones desbordadas, cuando no cómplices.

En otro orden, la Unión Europea comienza a resquebrajarse. El alejamiento de Inglaterra, el socio más influyente junto con Francia y Alemania, abre una puerta de impredecibles consecuencias, dado que la unidad ha tenido pocos ganadores y muchos perdedores: los trabajadores y sectores más humildes de cada país y países más marginados que otros como el conocido caso de Grecia. En los países de oriente cuyas economías crecieron vertiginosamente en las últimas décadas comienza a haber reclamos por mejor calidad de vida porque el derrame no llega nunca. En nuestra región se agotan modelos políticos que prometieron grandes avances alentados por los precios de las materias primas que, al retraerse, muestran la dura realidad de altos porcentajes de pobreza y sectores marginados, superiores al tercio de la población.

La unidad de acción y la pretendida búsqueda de igualdad de oportunidades entre naciones y dentro de cada sociedad son aún una deuda de la civilización. Los organismos institucionales internacionales, desde las Naciones Unidas para abajo, muestran grandes limitaciones para abonar ese camino y pareciera que las corporaciones económicas van ganando la batalla.

Las guerras, los negocios ilegales, los condicionamientos a las democracias, el crecimiento exponencial de pobreza y marginalidad en distintas partes del mundo seguramente tienen singularidades que las explican, pero siempre detrás de estos retrocesos sociales hay olor a petróleo, a minerales, a intereses de uno u otro laboratorio de productos químicos o del sector financiero.

No nos equivocamos si afirmamos que, desde el avance del proceso de globalización, dominado por las grandes corporaciones, con sede en las potencias económicas y militares del mundo, la población de todo el planeta ha retrocedido en su calidad de vida. Esto lo podemos observar a partir de dos indicadores indiscutibles: 1º) Las estadísticas de desigualdad mundial con cada vez menos ricos muy ricos y más pobres muy pobres. 2º) El avance del asesino letal de la vida en el planeta: La emisión, por parte de las potencias centrales, de gases de efecto invernadero que afectan la capa de ozono con graves e impredecibles consecuencias.


La lucha por un mundo más igual: Ayer el proletariado, hoy los indignados

Entre el siglo XIX y el XX surgieron movimientos y partidos de la clase trabajadora en todo el mundo -como el caso del Partido Socialista de Argentina, el 28 de junio de 1896– como respuesta a la ilimitada explotación del trabajo humano del sistema capitalista en su etapa de crecimiento basado en la producción industrial.

El socialismo en sus diferentes formas prácticas y con sus diversos intérpretes ideológicos nació para cambiar un sistema injusto y explotador por otro justo y distributivo. Tuvo éxitos y fracasos que aleccionan a las generaciones actuales. Muchos países alcanzaron el llamado Estado de Bienestar que se esfumó en los últimos 25 años. Otros, con grandes sacrificios, creyeron construir la sociedad ideal y terminaron avasallados por dictadores que torcieron el rumbo inicial. Nuestro país tuvo momentos de grandes conquistas a lo largo del siglo XX, que hoy están en retroceso.

El mundo de hoy ya no es el de los proletarios interpretados por Carlos Marx que los convocó a unirse para combatir a ese enemigo común –el sistema capitalista- para liberarse y liberar de esa manera a toda la sociedad de esa explotación. El mundo de hoy es un sistema cada vez más interrelacionado y complejo en el cual el poder económico concentrado monopoliza la producción, las finanzas y a través de controlar el contenido de las comunicaciones, ese instrumento de influencia masiva, ha logrado profundizar y globalizar su dominio y su poder.

La experiencia histórica muestra que el dominio de un grupo pequeño de seres humanos sobre las grandes mayorías –por más poder concentrado e influencia que tenga- siempre tiene un límite.

Durante el siglo pasado, las ideas de cambio de los movimientos socialistas incorporaron a la política -o sea al lugar de las decisiones- a actores marginados hasta ese momento. Como consecuencia, el poder económico tuvo que retroceder y grandes porciones de la sociedad alcanzaron mejores calidades de vida. Hoy hay un gran retroceso y como respuesta aparecen los movimientos de indignados en todo el mundo contra la terrible desigualdad y nuevamente se abre una puerta a la esperanza. Los indignados, tomen el nombre que tomen, son cada vez más.

Transcurrieron 168 años del Manifiesto de Carlos Marx en el mundo y 120 años de socialismo en Argentina. Esas luchas de los marginados de entonces y las ideas que surgieron de las mismas -interpretadas por Carlos Marx en el mundo y por Juan B. Justo en Argentina- seguramente deben ser actualizadas y adecuadas al mundo de hoy.

Hoy como ayer, el socialismo tiene la obligación histórica de aportar al cambio profundo de este sistema. De lo contrario serán otras las fuerzas políticas que interpreten esta necesidad de nuestro pueblo de transitar hacia mayores niveles de igualdad con justicia y participación.

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